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Alberto Ballestín, el doctor zamorano que lucha contra uno de los cánceres más mortíferos del mundo

21 julio, 2021 09:22

Tiene un currículum que marea. De esos que empiezan en el colegio José Galera de Zamora y terminan en el Institut Curie de Paris, pasando por el New York Presbyterian Hospital de Columbia University. Con solo 33 años, el zamorano Alberto Ballestín se ha convertido en toda una eminencia en el campo de la microcirugía, tanto que imparte cursos en este campo a doctores de todo el mundo y, además, la investigación para su tesis doctoral y el trabajo que desempeña en la actualidad en Francia podrían ser toda una revolución para la medicina moderna.

La escena musical zamorana aún recordará a un joven Alberto, como vocalista de ‘Principio de Incertidumbre’, pero ese jovenzuelo que se subía a los escenarios de la provincia, ahora, es un reputado formador de doctores en el complicado campo de la microcirugía, mientras que ‘lucha’ contra uno de los cánceres más mortales del mundo, el glioblastoma, en el Institut Curie de Paris. Modesto a la hora de presumir de sus avances médicos y sin sentirse “especial” o que “haga algo de otro mundo”, Alberto Ballestín relata a El Español-Noticiascyl su trayectoria profesional, investigaciones y avances, que comenzaban con su licenciatura en Veterinaria en Cáceres.

Y es que sí, no todos aquellos que cursan Veterinaria se dedican al trabajo clínico con los animales, si bien la elección de carrera sí vino motivada por un amor a los animales, cuando el doctor Ballestín pasaba los veranos en su pueblo, Villabuena del Puente. Tras estudiar en el I.E.S. Maestro Haedo, este zamorano comenzaba sus estudios de Veterinaria en la Universidad de Extremadura, en Cáceres, en 2005. Y ya durante sus estudios universitarios, Alberto reconoce que se sentía atraído por el mundo del laboratorio y, por ello, pasó varios años de estudiante interno en los Departamentos de Parasitología y Cirugía. Tras su licenciatura, el doctor Ballestín conseguía una plaza como investigador, educador y cirujano en la Unidad de Microcirugía del Centro de Cirugía de Mínima Invasión Jesús Usón, donde ha ejercido de 2012 hasta 2020, y que lideraba hace años la zamorana Carmen Calles. Y como no era suficiente, a la vez, cursaba un Máster en Investigación en Ciencias de la Salud en la Universidad de Extremadura, y al terminar arrancaba con sus estudios de doctorado. 

Durante toda esta formación (2012-2018), Alberto tiene la oportunidad de viajar a distintos países y comenzar a dar charlas y conferencias. Primero enviando sus propios trabajos, y luego invitado por las propias universidades y centros, por su incontestable talento. Tal así que, en 2015, Alberto conseguía una estancia de 4 meses en el New York Presbyterian Hospital, que es el centro médico de la Facultad de Medicina de Columbia University, una de las más prestigiosas del mundo. Allí trabajó como formador de médicos e investigador en microcirugía reconstructiva. Y es que, sorprendentemente, la microcirugía no tiene una formación reglada o al menos no profundiza suficientemente bien, ya que requiere dedicación, destreza y tiempo. Así que, Alberto es uno de estos profesionales que, gracias a su experiencia y formación, ha enseñado a cientos de médicos de todo el mundo a realizar estas complicadas técnicas.


Una tesis doctoral de nombre poco agradecido, pero una revolución en la microcirugía reconstructiva

Ojito con el nombre: ‘Transferencia tisular libre en microcirugía reconstructiva, empleo de terapia celular para modular el daño por isquemia-reperfusión en colgajos cutáneos’. Un nombre “insufrible”, como reconoce el propio Alberto, pero que puede suponer toda una revolución en el campo de la cirugía de reconstrucción.

La investigación del doctor Ballestín pretende ayudar en la cirugía reconstructiva de diferentes tipos de pacientes, como puede ser una mujer a la que le amputan un pecho por un cáncer de mama o una persona a la que le amputan la mandíbula por un cáncer óseo. En ambos casos, el daño psicológico es evidente y puede afectar de forma muy importante, pero, además la reconstrucción quirúrgica debe ser funcional, sobre todo en los casos como el de la mandíbula que, además de un aporte estético, necesitan hacer funciones vitales. Normalmente, este tipo de reconstrucciones toman tejido “que está a distancia”, es decir, que se toman del abdomen o las piernas de los propios pacientes, obteniendo piel, músculo o incluso hueso (como por ejemplo el peroné), y se movilizan y utilizan estos tejidos para reconstruir la zona dañada. Un proceso por el cual, al trasplantar los tejidos, existe un momento en el que se “corta” el riego desde la zona donante hasta que se restablece en la zona receptora, en ese tiempo intermedio se produce una isquemia. Algo que puede llegar a producir un daño muy importante e incluso la “muerte” de ese tejido.

Por ello, el doctor Ballestín ha puesto sus esfuerzos en investigar qué es lo que pasaba con esos tejidos donantes, cómo sufrían los mismos y cuáles eran sus principales marcadores genéticos e histológicos cuando no tenían una correcta irrigación sanguínea, para poder establecer un tratamiento que mejorara esas reconstrucciones. Algo vital en cirugías reconstructivas complejas y que puede marcar la diferencia en el éxito de este tipo de intervenciones. Su idea, que desarrolló junto a la Unidad de Microcirugía del Centro de Cirugía de Mínima Invasión y a los doctores Francisco Miguel Sánchez Margallo y Javier García Casado, fue diseñar y estudiar una terapia específica basada en células madre que se aplica debajo de esos “colgajos” para mejorar su vida útil y reducir el daño. Unos trabajos que solo se han practicado en ratas y que siguen en desarrollo preclínico, porque, como recuerda Alberto, los plazos en la investigación médica son largos y requieren años hasta que puedan ser estudiados en pacientes.


La ‘lucha’ contra el temido glioblastoma: uno de los cánceres más mortíferos del mundo

En la actualidad, gracias a su experiencia como microcirujano, el doctor zamorano trabaja en el Institut Curie de Paris en una interesante investigación centrada en el glioblastoma, un agresivo tumor del sistema nervioso central y uno de los cánceres más mortíferos del mundo. Desde el diagnóstico del paciente hasta la muerte, el tiempo medio de supervivencia son quince meses. El tratamiento del mismo consiste en la cirugía del tumor cerebral, radioterapia y quimioterapia, pero pese ello, la supervivencia a más de cinco años es menor del 9%. Este tipo de cáncer suele tener una recaída, es decir, que el glioblastoma vuelve, a los ocho o nueve meses de tratamiento y hay pacientes que no pueden ni volver a pasar por una cirugía y solo tienen la salida de los tratamientos paliativos.

Lo que este zamorano investiga en Paris dentro del equipo del Institut Curie liderado por el italiano Giorgio Seano, consiste en entender cuáles son los porqués de estas recaídas y cómo afecta el microambiente tumoral al desarrollo de estos tumores. Lo que están analizando en estos momentos es “cómo cambia la actividad de las células que quedan en el paciente tras la resección quirúrgica y cómo se modifica el microambiente celular a lo largo de los meses ante el tratamiento establecido basado en radio y quimioterapia”. Desde el instituto francés quieren entender cómo se reprograman esas células y se vuelven más agresivas para desarrollar de nuevo el tumor. Sin desvelar mucho, Alberto Ballestín asegura que aunque queda mucho por estudiar están “ante indicios que pueden ser relevantes, relacionados con la reprogramación celular y determinados patrones genéticos que hacen resistentes a las células ante los tratamientos”, y confiesa que esperan lanzar la publicación de estos trabajos en lo que queda de año.

Todo un talento zamorano que tuvo que elegir irse de España, “aunque me encanta mi país”, por la irrechazable oferta que llegaba desde el territorio vecino. Ahora, sobre volver una vez termine su contrato con el Institut Curie, lo considera una opción “pero no a cualquier precio”. Alberto Ballestín defiende que él se fue “para seguir aprendiendo, la parte formativa es fundamental para un investigador postdoctoral, ser investigador requiere compromiso continuado y una exigencia altísima”. Y aunque el precio a pagar no es pequeño a nivel personal, “afecta a todo tu entorno”, lo considera una etapa “primordial” para continuar mejorando la que ya es una carrera brillante.

Y pese a lo que se pudiera imaginar, el doctor Ballestín no considera que el hecho de que talento como el suyo salga del país “sea un fracaso para España”. Este zamorano defiende que la migración y “aprender de otros sitios” es fundamental. “Pero también podría pasar lo mismo en España y recibir a más investigadores extranjeros”, puntualiza. Tras años formándose en España, Alberto Ballestín tiene claro que nuestro país “tiene la capacidad para que hagamos doctorados, pero falla en la retención de esos doctores así como en la atracción de otros de fuera, somos demasiados los que tenemos que irnos para seguir investigando o desarrollando nuestra actividad”. El zamorano propone un “plan estructural” que retenga al talento y piense en la ciencia “como una inversión y no un gasto”. Este doctor compara la inversión en ciencia de países como Corea del Sur e Israel ambos por encima del 4.6%, o de los países de la Unión Europea, donde la inversión media está en un 2,1% del PIB, mientras que en nuestro país supone el 1,3% de los presupuestos.