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El agua que viaja siete horas hasta los grifos de Zamora

21 marzo, 2021 12:57

Juanma de Saá / ICAL


La vida moderna ha permitido que sean absolutamente naturales algunas acciones que, hace solo unas cuantas décadas, habrían resultado impensables en la gran mayoría de los hogares. Una de ellas es abrir un grifo y que salga inmediatamente un abundante y aparentemente inagotable chorro de agua lista para beber. Detrás de ese gesto hay un impresionante despliegue tecnológico y humano que resulta especialmente idóneo recordar en el Día Mundial del Agua, que se celebra mañana, 22 de marzo.

Nicolás Esmorís Cendón, gerente de Concesiones Aquona Castilla y León Oeste, recibe al redactor de Ical en la sala de control de la Estación de Tratamiento de Agua Potable ubicada en el Alto de los Curas, en Zamora, donde trabajan diez personas y se monitorizan todos los automatismos de la planta que abastece de agua potable a la capital zamorana.

La seguridad es fundamental ya que, por motivos obvios, la instalación se considera crítica, además de estratégica. “No se puede entrar aquí, sin más, como es lógico. Esta es una infraestructura crítica, sin la cual tendríamos un grave problema en la ciudad. Los equipos más críticos que hay dentro de la planta son el filtro de carbón y del ozono, sobre todo”, advierte.

El recorrido para llegar al inicio del proceso hace que el visitante atraviese todo un entramado definido por tecnología avanzada, controlado a cada paso por cámaras y sensores, bajo una seguridad extrema y que puede controlarse desde un dispositivo móvil y desde cualquier lugar. “Transcurren siete horas de tratamiento desde que entra el agua en la planta hasta que llega a las casas de los habitantes de Zamora”.

130.000 habitantes.

La ETAP funciona a unos 200 metros cúbicos por segundo pero está preparada y tiene capacidad para duplicar esa cifra, de manera que, en el improbable caso de que algún proyecto mágico contra la despoblación cuajara de repente y elevara a 130.000 el número de habitantes de la capital zamorana, esas instalaciones permitirían abastecer de agua potable a esa población.

Al alcance de la vista está el río Duero, desde el que se impulsa el agua hasta el pozo de entrada, donde el líquido encuentra sus primeros filtros para captar los sólidos que pudieran llegar por la tubería. “Se ve la calidad del agua pero no tiene nada que ver con la que sale por el grifo en casa. Aquí, ya se empieza a hace dosificación de reactivos químicos aunque, a estas alturas del año, no hacemos ninguna porque hay buena calidad en el Duero”, explica Esmorís.

Las tuberías se rigen por un código de colores, de manera que cada color simboliza la dosificación de un reactivo, que discurre bajo ese formato identificativo por toda la instalación de la planta. El agua no se debería beber en esta fase del proceso, ya que está recién tomada del río pero enseguida recibe el primer tratamiento con ozono. “Es el mayor desinfectante y no genera trihalometanos, como podía pasar con la dosificación de cloro que se hacía en su momento en cabecera. Es un desinfectante mucho más poderoso que el cloro y genera menos problemas de calidad después”, detalla Esmorís.

En ese instante, un pato decide que es un buen momento para amerizar en una de las piscinas de la instalación, como si quisiera rubricar las explicaciones sobre la calidad del agua, al tiempo que posa para las numerosas cámaras. “En todos los procesos de la planta tenemos cámaras. En los primeros momentos del confinamiento, nos podíamos conectar para controlar los procesos de los autómatas y ver todo con detalle. Se puede ver cómo funciona en tiempo real”, anota. “El sistema de alarmas es muy claro, Siempre hay un agente de guardia y de retén que reciben las alarmas y si no contestan, pasan al siguiente. Hay un protocolo de seguridad establecido para qe siempre haya alguien preparado para solucionar cualquier problema”.

La siguiente fase consiste en “juntar el flóculo”, es decir, la agregación de partículas sólidas, de manera que cualquier tipo de porquería termine descendiendo. “Se ven partículas y juntamos toda la materia para que vaya a decantar. Generamos flóculos de materia orgánica de productos que puedan entrar del río. El agua en superficie pasa ya libre de materia orgánica”.

El recorrido del agua y del visitante por la ETAP lleva a los decantadores “con forma trombrocónica” y una disposición que recuerda a enormes panales de abejas en piscinas de once metros de profundidad y donde el líquido ya ofrece, a simple vista, un aspecto muy distinto al que presentaba en el anterior paso y muy apetecible para beber. “Aquí ya tendría una gran calidad para poder suministrarla pero, aun así, se somete a más fases”, indica Esmorís Cendón.

El agua ha adquirido una mayor pureza, visible, a cada estadio del proceso de potabilización, y llega a los filtros de arena, también automatizados. “Se está limpiando el filtro y después se hará a contracorriente, para limpiar la arena, que todo esto no quede y siga funcionando el proceso de filtración por arena. Es un sistema bastante innovador el de la automatización de estos filtros de arena”.

Pandemia


La Estación de Tratamiento de Agua Potable funciona siempre ya que, desde el punto de vista de la salud pública y de la estrategia, no es concebible contemplar otra alternativa, incluso en el peor momento de la pandemia. “La planta ha pasado por muchos procesos de reforma y se encuentra en un nivel de automatización puntero en Castilla y León”, destaca Nicolás Esmorís.

La ETAP ofrece una importante vertiente didáctica que han aprovechado muchos visitantes, sobre todo, escolares, para conocer de cerca y valorar el proceso de potabilización del agua, lo que convierte parte de las instalaciones en una mezcla entre museo y taller científico. “En todo este muestreo de piezas, procesos y etapas del ciclo del agua, también obtenemos una muestra de agua del grifo. Mucha gente dice que no se parece nada a la de su casa y es la misma”, observa. “También, para que la gente se conciencie, presentamos las botellas de agua que harían falta para tener un metro cúbico, más o menos, lo que bebe un persona cada año, y que supondrían unos 300 euros cuando, en casa, al precio que marca la Ordenanza fiscal de Zamora, el metro cúbico está a 65 céntimos. No somos conscientes de lo que pagamos por lo que usamos”, recalca.

El permanente sonido del agua en movimiento, con más o menos intensidad y armónicos, según se avance por la parte descubierta o cubierta de las instalaciones, acompaña al visitante. “A mí, este sonido me relaja. y, además, yo que soy gallego, que estamos rodeados por mar”, bromea.

“Aquí estamos en la última fase de potabilización, que es el carbón activo. Volvemos a tener otra dosificación de ozono. Tenemos ozono en la cabecera y también en la salida, para utilizar la menor cantidad posible de cloro”, relata. “Es cierto que el cloro sigue siendo el desinfectante universal, el que Sanidad nos marca salir con un parámetro y es cierto que tenemos que salir dosificando cloro pero intentamos utilizarlo lo menos posible. En esta zona, la del ozonador, te acercas y huele a tormenta”.

Al contemplar los filtros, la mente busca la referencia de esas jarras que se utilizan en muchas casas, con la salvedad de que la ETAP no lleva un microgramo de carbón activo, sino 250 toneladas, que permiten eliminar sabores y olores indeseados, además de dar el último filtrado a alguna partícula de materia orgánica que pudiera haber escapado en las fases anteriores. “Cambiar estos filtros, que toca ahora su renovación, supone un coste de unos 300.000 euros cada cinco años, solamente de carbón”, detalla.

En la zona de impulsión, hay un gran depósito de agua, a partir del cual se añade el cloro y se envía a la ciudad. “Ahora estamos impulsando agua al depósito de La Hiniesta y a la propia ciudad. Aquí, debajo, hay un gran depósito de agua y unas bombas de casi metro y medio de altura. Son prácticamente seis equipos de bombas, no tienen por qué funcionar todas porque estamos a mitad de capacidad”, apunta. “Después, tenemos un analizador en continuo para saber cómo sale el agua de la planta y que en todo momento cumplamos con lo que nos dice la autoridad sanitaria en términos de parámetros de agua. Esta ya es la última fase”.

Las bombas de impulsión envían el agua por la red de tuberías de Zamora mide casi 230 kilómetros, que también exigen un mantenimiento. “Esto es un coste de energía también, es un coste que tiene y, al final, lo que hace es que el ciudadano de Zamora pueda tener agua porque está muy bien producirla pero hay que distribuirla. Las tuberías más antiguas tienen más roturas. Si son de fibrocemento, se rompen hoy y se vuelven a romper mañana. Por eso, se intenta cambiar tramos enteros”, explica. “Aunque se recomienda cambiar las de fibrocemento porque son muy antiguas, tienen más de 50 años, en algún caso, las hay que no están dando problemas y, sin embargo, otras más recientes sí los dan”.

“Cero aguas sin depurar”


El resumen acelerado de un viaje de siete horas para cada molécula de agua extraída del Duero remite al estado del río, que ha mejorado ostensiblemente durante los últimos años. De hecho, la Junta de Castilla y León emprendió un programa, con una inversión superior a 120 millones de euros, para desarrollar 300 actuaciones de depuración de aguas durante esta legislatura en municipios con una población entre 500 y 2.000 habitantes equivalentes, dentro del objetivo de “cero aguas sin depurar” en la Comunidad autónoma. Además, el proyecto pretende extender en años sucesivos la depuración a municipios con menos de 500 habitantes, con una posible inversión de 150 millones de euros.

“Queda mucho por hacer todavía, sobre todo en pequeños municipios pero es cierto que aguas arriba ya se han metido muchas depuradoras, lo que permite que la calidad del río sea mejor. Es cierto que aquí hay muchos procesos, mucho coste de energía, mucho coste de personal, de reposición de arena, de filtros de carbón, de ozono que, al final, generamos ozono aquí, y es lo que tiene”, comenta el gerente de Aquona. “El precio de Zamora es el que es pero estamos hablando de que Zamora debe de estar está en una situación media respecto al precio en el resto de capitales de provincia de España”, agrega.

La vigilancia es extrema. Las cámaras cuentan con un centro propio de control y una supervisión de 24 horas al día. “Tenemos cámaras de vigilancia y cámaras operativas y sistemas de alarma para detectar cualquier presencia ya no de gente, sino de que puedan echar algo al agua”, expone. “Nosotros, en salida, tenemos un analizador en continuo con el que podemos ver distintos parámetros. Incluso ahora, en la propia ciudad, hemos instalado uno a modo de prueba, ya en distintos sectores de la ciudad vamos a poner estaciones de control en continuo de la calidad. Ahora mismo, tenemos uno a la salida del Puente de Hierro que nos puede determinar qué calidad de agua se suministra a la margen izquierda del río”.

De hecho, la estación puede detener bruscamente “en cualquier momento” el suministro de agua al depósito o a la ciudad. “Esta planta funciona como suministradora al depósito de La Hiniesta y suministradora directa a la ciudad. Entonces, en cualquier momento la planta se puede parar. Hay analizadores de calidad de agua y, ahora, el siguiente paso es ponerlos en las propias redes de distribución”.

Alimento

En la actualidad, el plan para la infraestructura es que se hable del agua como un alimento, es decir,” que tenga todos los sistemas y todas las infraestructuras mejoradas” para cumplir con la certificación ISO-22001. “Ahora, aquí estamos paralizados porque se ha finalizado ya el contrato de gestión. Lo lógico es que se licite ya un nuevo contrato y que se puedan proponer ese tipo de mejoras pero la ISO-22001 va a ser otro paso importante”, asegura Nicolás Esmorís. “A veces, la gente, sobre todo en la zona cercana a la planta, cuando suministramos directamente, se puede quejar de que el agua huela un poco a lejía. Al final tiene que salir con un nivel de cloro que marca la autoridad sanitaria, y ese es el siguiente paso: mejorar todavía más la calidad y la percepción que puedan tener los ciudadanos de su agua en Zamora”.

La primera pregunta que se formula es cómo debieron de ser las cosas cuando la tecnología no controlaba al milímetro la calidad del agua que consumimos. Los procesos para depurar el agua convierten el mero gesto de abrir el grifo en una acción casi futurista y cuya complejidad ignoran la mayoría de los usuarios. “Lo que había antiguamente no se parece nada a lo de ahora y las normativas sanitarias eran menos restrictivas. Se podía construir con más parámetros. Hoy, se hacen controles de forma continua, tanto en la planta como en la red, el depósito e, incluso, el grifo del propio consumidor. Nosotros hacemos muchos controles y la autoridad sanitaria hace todavía más”.

Aunque el consumidor tiene cada vez más conocimientos, se mantiene la discusión sobre la idoneidad de beber agua del grifo, en competencia con la embotellada. El sabor del agua también depende, en buena medida, de la costumbre. “El agua de Zamora es muy equilibrada, de mineralización media, que es la más adecuada. A pesar de la fama del agua de mineralización baja, no hay que olvidar que nuestro cuerpo necesita sales minerales”, apunta. “Cuando hacemos catas, también hay gente que decía que la muestra de agua destilada es la que más le gustaba”.

Aquona desarrolla su actividad de gestión de servicios vinculados al ciclo integral del agua en un total de 130 municipios, 57, en Castilla-La Mancha y 73, en Castilla y León, comunidades autónomas en las que tiene presencia desde hace más de medio siglo.

La empresa, perteneciente al Grupo Suez en España, cuenta con cerca de 600 profesionales que dan servicio a 1.100.000 personas y cuidan de la calidad del agua para consumo humano de 111 millones de metros cúbicos cada año.