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ENTREVISTA | Doctor Sánchez San José: "Hasta que no sufres la Covid-19 como enfermo no te das cuenta de su magnitud"

19 julio, 2020 09:00

El doctor Francisco Sánchez San José, de 47 años y natural de Salamanca, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria, y reconocido médico de Urgencias y Emergencias del Sacyl, con amplia experiencia profesional en helicópteros, ambulancias UVI y urgencia hospitalaria, explica a NOTICIASCYL su convivencia casi diaria con la Covid-19. Una experiencia vivida no sólo como médico, ya que por sus manos pasan decenas de enfermos por el virus, sino también porque ha sido uno de los miles de profesionales sanitarios contagiados. Su infección fue mucho más allá de una cuarentena, estuvo ingresado muy grave en el Complejo Hospitalario de Salamanca a finales de marzo.

Cuando regresó al servicio de Emergencias del Sacyl, escribió en su Facebook: "4 meses después, la vida me da la oportunidad de volver a la casilla de salida para seguir ayudando a los que nos necesitan. El haber estado durante varias semanas sufriendo la dureza al otro lado de la cama, te da una perspectiva infinitamente más humanizada de lo que debe ser la Medicina". Y así nos lo cuenta.

Doctor, ha tenido una experiencia personal bastante explicativa de lo que ha sido y de lo que estamos viviendo de pandemia en este momento.
Así es. Por suerte o por desgracia, te puedo decir que he podido vivir la experiencia a los dos lados de la cama, tanto como médico intentando atender toda la demanda que había en el momento más álgido de la pandemia, como paciente, he vivido las dos experiencias.


¿Qué puede decir de la experiencia médica de la Covid-19?
Desde el punto de vista médico, me gustaría sacar un mensaje, que no hay que culpar a nadie, ni quiero que de esta entrevista salgan culpas, ni reproches, ni nada.


Ha sido una pandemia que nos ha cogido al mundo entero por sorpresa. Nadie hemos creído que iba a ser tan fuerte, tan agresiva, tan contundente como ha sido, y nos cogió a todos un poco con el pie cambiado. Yo siempre digo que ha sido como una especie de guerra en la que estábamos metidos en la trinchera disparando hacia adelante, y las balas nos estaban viniendo por detrás. Era muy difícil establecer una buena defensa hasta que dimos cuenta de que el enemigo también venía por detrás.


¿Y a nivel profesional, de qué le ha servido?
Ha sido muy constructivo porque te has tenido que ir dando cuenta de que es una infección muy grave, que evolucionaba muy rápido y que tú tenías que estar muy atento para poder ir sobrepasando todo tipo de contraindicaciones y complicaciones que te pudieran surgir. Hemos tenido que estar muy motivados para ir por delante de los acontecimientos.


En ese aspecto ha sido enriquecedor desde el punto de vista humano, porque tenías que intentar, con los pocos medios y recursos de que disponíamos, controlar lo que se nos venía. Y luego, también ha sido un poco frustrante porque te dabas cuenta de que todavía no conocíamos la enfermedad, y muchos de los esfuerzos iban en balde, sobre todo las primeras semanas.


¿Desde su punto de vista, respondió el sistema?
Lógicamente, el sistema por supuesto que ha respondido en la medida que ha podido a la magnitud de los acontecimientos a los que se estaba enfrentando. Si no hubiese respondido, se habrían colapsado todos los sistemas sanitarios y habría habido muchísimas muertes más. No es menos cierto que en todos los hospitales de España han estado los compañeros totalmente desbordados, pero no rendidos. En ningún momento han entregado el rifle, como yo digo, y la guerra ha sido dura, pero han hecho una gestión muy importante para el gran reto que se nos presentó de repente.


Y desde el punto de vista de enfermo de la Covid-19, cuénteme cómo fue todo.
La experiencia ha sido un carrusel de emociones y de sentimientos. Un carrusel de vivencias, de penas... Anécdotas hay miles. Haciendo un resumen de fechas, empecé a estar mal el 26 marzo, ingresé el 30 y estuve 15 días en el Hospital de Salamanca. Después del alta, otros 20 días más aislado en casa. Mi mujer, Mariluz, tuvo que incorporarse a trabajar, y durante el día, mi hija Jimena, de 7 años, era la que me ponía el desayuno y la comida a la puerta de la habitación para que yo lo cogiese. Esta situación ha sido dura hasta para los más pequeños que han tenido que enfrentarse, no sólo al confinamiento, sino que incluso, en casos como el mío, han tenido que ser niños ejerciendo de adultos. Ha sido una prueba de fuego para todos.


Mi trabajo como especialista en Emergencias del Sacyl, en esos primeros días de pandemia, me hacía estar en contacto diario con enfermos de Covid. No sé ni cuándo ni dónde me contagié. Todo comenzó una mañana cuando me levanté y notaba que dejaba de oler. Lo que en un principio era, ahora sí se sabe, un síntoma muy antecesor de lo primero del Covid, en aquellos momentos no lo sabíamos. Hablamos de las últimas semanas del mes de marzo. Se decía que había algún enfermo que podía haber tenido ese síntoma, pero fue muy precoz.


Empecé con una anosmia a dejar de oler. En ese momento ya reaccioné rápidamente en mi domicilio, tengo una mujer sanitario y una niña pequeña, y me aislé. A la jornada siguiente ya tuve febrícula, que se convirtió en fiebre muy alta por la tarde de ese mismo día. Y ya empezaron a saltar todas las alarmas de que estábamos claramente ante una Covid. Establecí contacto con Atención Primaria y se realizaron todos los procesos que en aquella época se hacían. Después hemos ido todos mejorando a base de experiencia. Ahora sería muy fácil apuntarnos tantos y decir que antes se hacía peor o que se podía haber hecho mejor, pero en aquel momento se hacía como se hacía.


Empezamos con los protocolos de medicaciones, aislamiento domiciliario y a esperar la evolución. En aquella época se sabía que había un factor o había un núcleo poblacional en el que la Covid podía ser mucho más agresiva. En un principio se creía que el virus era simplemente agresivo para personal de riesgo, para personas muy añosas, pero que a los niños pequeños, a la gente joven y población infantil y gente sin riesgo, los atacaría como una especie de gripe, sin más. Rápidamente empezaron a darse cuenta de que había una población joven que, aparte de la infección respiratoria bilateral que este virus hacía y compromiso respiratorio pulmonar bilateral, había lo que empezaron a llamar una tormenta de citoquinas. Era una especie de reacción autoinmune descontrolada del propio organismo contra el propio organismo, que provocaba una serie de reacciones inflamatorias que comprometía la funcionalidad de distintos órganos. En un primer momento era desconocido, y se empezó a sospechar, con una serie de indicios en algunas analíticas, en las que te podían decir cómo ponerte en alerta a que ese paciente podría tener esa tormenta de citoquinas tan grave. Yo en esos momentos estaba a la deriva en el segundo día de aislamiento domiciliario con fiebre. 


Aquí debo de romper una lanza, porque yo digo que me han salvado la vida tres personas. Una si existe Dios, otra el equipo médico de Medicina Interna del Hospital Clínico de Salamanca, y otra la doctora Blanca Miranda de Madrid que me aconsejó, porque ella ya tenía gran experiencia, por desgracia, en Madrid, de cómo iba transcurriendo la pandemia. Ella iba un poco adelantada a los acontecimientos y me insistió en que me hiciese, a pesar de seguir con fiebre y estar en el domicilio, al tercer día una analítica para ver cómo estaban las cosas.


Yo, al principio, como muchas veces, en casa del herrero, cuchillo de palo, quería seguir con mi tratamiento analgésico y antitérmicos en casa. Ante la insistencia de esa gran doctora de Madrid accedí y al tercer día fui al hospital y me hice una analítica de control. Cuál sería mi sorpresa que todos los parámetros que pueden ser factor de riesgo de predecir una reacción autoinmune bestial los tenía ya disparados. Digamos que me estaba convirtiendo en un paciente de muy alto riesgo y de un pronóstico muy malo. Eso, lógicamente, ya me hizo establecer contacto con el Servicio de Medicina Interna del Hospital Clínico, que se ha comportado maravillosamente. Al cuarto día de este proceso ya ingresé. Fue un ingreso por la noche en el servicio de urgencias, y ahí ya empecé a estar controlado, vigilado y, sobretodo, predispuestos a ver cómo iban evolucionando los acontecimientos de la tan temida tormenta de citoquinas que, como bien decían los compañeros, al octavo día llegó religiosamente y comprometió bastante mi situación clínica y mi estado de salud en el hospital.


Desde el punto de vista anímico, lo más duro fue saber al tercer día que yo iba a ser de los pacientes que me iba a enfrentar cara a cara con una virulencia especial con esta Covid-19. Esa noche, en la que yo me fui para el hospital, ya sabía que iba a enfrentarme a un proceso grave, muy grave. Sabía que no iba solamente a enfrentarme a una neumonía bilateral, tenía conocimiento de que iba a enfrentarme a reacciones autoinmunes, descontroladas, como bien dice la palabra descontroladas, tormentosas, tormentas de citoquinas para la que todavía no había una clara evidencia científica de cómo abordar terapéuticamente. Por lo tanto, sabía que la cosa se iba a complicar bastante anímicamente. Tuve un bajón muy fuerte cuando salí de casa, ya llevaba tres días aislado, sin poder estar con tu hija, no puedes estar con tu mujer, no puedes estar con tus seres queridos. Es muy duro salir del pasillo a las doce de la noche con mucha disnea, con fiebre, con mucho malestar y saber que te vas para el hospital, que dejas a tus seres más queridos en casa y no te puedes ni despedir de ellos. El recorrido que yo hice fue en taxi hasta el hospital, ya que estaba desbordado todo el sistema de ambulancias, los pobres no daban abasto. Sabía lo que había, me puse mis protecciones, cogí el taxi y me fui para el hospital para no saturar más el sistema sanitario.


Paradojas o casualidades de la vida. Desde mi casa al hospital se hace el mismo recorrido que hago yo todos los días para llevar a mi hija al colegio. Era una noche de marzo ventosa, lluviosa, una noche triste de por sí, y se me pasaron fugazmente, durante los cinco minutos que dura el recorrido de mi casa al hospital, todos los recuerdos de mi vida, los recuerdos de todos los días que había llevado a mi hija al colegio, y al pasar por la puerta de su colegio se me cayeron unas lágrimas. Debo reconocerlo, no sabía si volvería a poder llevarla, porque ya te digo que sabía muy bien a dónde iba. En Urgencias me atendieron a mí, y a todo el mundo, porque el hospital estaba totalmente colapsado, pero siempre hubo un momento de atención, un momento de cariño, un momento de dedicación a todos los pacientes, fuéramos sanitarios o no, me ingresaron en la planta y fue otro continuo vivir experiencias desde el otro lado de la cama.


¿Como es vivir un médico estas duras experiencias desde ese otro lado de la cama?

Muy humanizante, porque te das cuenta de todas las problemáticas, las deficiencias, las demandas, las necesidades que un paciente tiene cuando está tan grave, cuando está tan débil, cuando anímicamente está tan solo, y cuando, encima, todos los compañeros sanitarios intentan ayudarte, pero están a la vez desbordados y tienen que tener las precauciones lógicas de defensa o de prevención personal.


Estuve 15 días ingresado, tres de ellos bastante grave. Ahí ves pacientes que llegan, comparten contigo habitación, algunos se dan de alta, otros quedan ingresados, otros bajan a UVI y otros fallecen. Todas esas vivencias te hacen curtir mucho como persona, más que como médico, porque como médico de emergencias estás ya curtido, pero como persona te curten muchísimo.


Al décimo segundo día la cosa comenzó a mejorar. Empezaron a plantear que si todo iba bien me podrían dar el alta, aunque después tendría que estar lógicamente en casa otros 15 días de cuarentena. Debo de reconocer y agradecer, y nunca tendré gratitud suficiente, el encomiable trabajo que hizo todo el Departamento de Medicina Interna del Hospital Clínico de Salamanca. Neumólogos, medicina interna, enfermedades infecciosas y autoinmunes hicieron un trabajo totalmente asombroso. En ningún momento tiraron la toalla conmigo ni con ninguno, a pesar de que hubo algunos casos, como el mío, que suponíamos complicado porque disponían una serie de nuevos frentes terapéuticos que a priori no funcionaban y tenían que estar en contacto con varios hospitales a la vez con interconexión de nuevos tratamientos. Nunca tiraron la toalla ni conmigo ni con nadie, y los esfuerzos, vistos desde dentro, son admirables y de aplaudir todos los días a las ocho de la tarde del resto de mi vida. Fue espectacular el esfuerzo humano que en el hospital se hizo desde auxiliares, celadores, jefes de servicio, personal de limpieza. Desde el primero al último fue una labor de lucha titánica contra el virus y para defender a la sociedad.


Después de esta amplia explicación de su paso por la enfermedad, la Covid-19 es un tema muy serio, doctor.
Es un tema muy serio. Después he vuelto a incorporarme a mi trabajo y mi enfermera y el resto de mis compañeros dicen ¡jolín!, parece mentira que tú que lo has pasado, que en teoría tienes anticuerpos, que podrías bajar la guardia en las medidas de precaución y los cuidados y demás, eres el más metódico y más disciplinado en prevenir y utilizar el EPI y los recursos que tenemos a nuestra disposición para intentar evitar contagios. Y les digo, hasta que no lo ves desde dentro no te das cuenta de la magnitud de este proceso vírico. Es un coronavirus muy serio que, por suerte, a una población le afecta de perfil y prácticamente asintomática y síntomas leves. Pero existe otra gran parte de la población, no solamente la población de riesgo, como decíamos antes, que son gente de residencias y personal ya muy añoso, sino que hay gente joven que quedan muy vulnerables a las complicaciones que este virus provoca. 


Estamos hablando de que ha habido familias que se han destrozado porque algunos de sus miembros han fallecido. Estamos hablando de gente, lo sé por atender a pacientes de 48 o 50 años, que han fallecido estrepitosamente y de forma rápida y sin poder hacer nada. Sí es verdad que la sanidad ahora conoce un poco más cómo afrontar este virus, pero todavía no es una enfermedad conocida, aún no es una enfermedad que sepamos cómo abordarla cien por cien de fiabilidad y eficacia. Sobre todo, no sabemos las complicaciones posteriores que puedan pasar toda la gente que hemos estado expuestos a una infección vírica y a una reacción grave. Digamos que es un gran problema sanitario nuevo al que tenemos que darle como novedoso, que es grave, todo el esfuerzo, toda la precaución y toda la responsabilidad que se debe, porque es un proceso muy serio.


¿Qué opinión le merecen todas las medidas que está adoptando la Consejería de Sanidad de Castilla y León, como el uso de mascarilla y otros consejos que, por cierto, provienen de dos médicos que son los que están al frente de todo el proceso pandémico en esta Comunidad?
Afortunadamente es muy bueno, muy tranquilizador, que sean profesionales sanitarios quienes estén comandando el barco y tomando las decisiones de cómo actuar para intentar prevenir o evitar el mayor contagio posible de un virus que, sigo diciendo, nos ha cogido a todos por desconocido, y por la magnitud que tiene no podemos achacar a nadie ningún tipo de culpa de nada. Sé que todos los compañeros, que todos los directivos, todo el mundo sanitario estamos haciendo lo mejor que podemos y con toda nuestra buena intención. Pero que sean los jefes del barco, como yo digo, sanitarios, pues garantiza mayor tranquilidad. 


En España tenemos la costumbre de intentar esperar a que el Estado nos solucione las cosas, y pero existen casos en los que el Estado no soluciona los problemas. En esta enfermedad no podemos estar mirando al cielo esperando a que papá Estado nos ayude. El papá Estado pondrá todo de su parte, como es lógico, pero tenemos que poner cada uno nuestro granito de responsabilidad, porque esto solamente se puede frenar, no digo ganar, frenar para esperar las vacunas y los tratamientos definitivos, aportando cada uno nuestra responsabilidad personalizada, utilizando mascarillas, utilizando todo tipo de medidas de higiene de manos y evitando los contactos masivos e intentando no estar en zonas en las que estemos en un contacto muy masificado de personas, pero siempre con mascarilla.


No podemos relajarnos.

No debemos relajarnos. No habríamos aprendido nada, en estos tres meses, si ahora en el verano, porque afortunadamente el sistema sanitario controló y la población, con todo su esfuerzo, controló también la progresión de la epidemia, creyésemos que la epidemia se ha terminado y nos relajásemos. Entonces volveríamos a la casilla de salida y sería muy duro otra vez para el sistema sanitario, que no se merecería una sobrecarga así por la irresponsabilidad de una parte de la población. Pero sobre todo no nos perdonaríamos otra vez la de miles y miles de muertes que podría haber nuevamente si somos tan irresponsables.


¿Con qué se está encontrando como médico de emergencias a estas alturas de la pandemia y tras el regreso de su enfermedad?
A lo que más me estoy enfrentando es a la gran relajación social que hay de cara al tema coronavirus. Estamos viendo que ya empiezan a utilizarse las urgencias y las emergencias para una serie de patologías que no deben de ser, ojo, no digo que la gente no deba de ir a los hospitales, eso es otro frente distinto, de urgencias. No podemos dejar a un lado las patologías crónicas de todos los pacientes, pero la gente debe de intentar usar responsablemente los servicios de urgencias y de emergencias.


Y, sobre todo, estoy viendo desde fuera como médico, pero a la vez como usuario del sistema sanitario público, que la gente está muy relajada, no se utiliza la mascarilla, sobre todo los jóvenes, que no están lo suficientemente responsabilizados y concienciados. Creo que vamos a caer en el error de hacer un contagio colectivo poblacional, porque nos estamos relajando.


Ese es el principal problema que veo desde el punto de vista médico este verano. Aplaudo la decisión de la Consejería de Sanidad de intentar dar una vuelta de tuerca de obligatoriedad en el uso de mascarillas en todos los espacios públicos al aire libre y, por supuesto, en sitios cerrados, porque no se estaba haciendo demasiado.


¿Algo más que decir?

Pues nada, que a la vez que dar con todo esto que ha pasado, es dar también, como es lógico, una muestra de apoyo, de esperanza, de ilusión a toda la población. Que aprendamos de los errores que hemos cometido y que entre todos luchemos. No dejemos solamente la responsabilidad a los políticos y a los sanitarios, sino que todos pongamos nuestro granito de arena, seamos responsables y este verano utilicemos la mascarilla, nos lavemos las manos y evitemos los contactos estrechos.