Castilla y León

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Opinión

Mi café y mi “cigales” 72 días después…

25 mayo, 2020 17:55

No eran los bares habituales, ni tampoco mi marca de clarete, pero ambas cosas me supieron a gloria. Por cierto, ahora no se pide ni rosado ni clarete: se pide “un cigales”. Todo ello sin el diario habitual…

Desde mi jubilación, hace ya siete años, tras mi repaso diario por internet, -sobre todo NCYL- y visto lo que se cuece por España y por el mundo, (tras el afeitado y la ducha de rigor) tengo la indefectible costumbre de acudir a dos establecimientos cercanos a mi domicilio para saborear un café expreso. Y un par de horas más tarde mi delicioso clarete con gaseosa.

En el primero de los bares (el “Etxea”, en el Camino de La Esperanza) suelo leer El Norte de Castilla y en el segundo, (“Casa Manolin”, en la misma acera) donde degusto el clarete, repaso Diario de Valladolid-El Mundo.

Así llevo estos siete años y me va de maravilla. Son ratos de un asueto total; sin prisas, ni horarios -ni supuestos conocidos intempestivos que te dan la mañana- hasta que vuelvo a casa a por la manduca. Es decir: vida de auténtico jubilado. Y hoy, lunes, en el 72 día de confinamiento, decidí volver a la rutina que la pandemia nos quitó.

Pero tuve que cambiar de establecimientos, ya que por mor de las medidas de precaución mis habituales estaban cerrados. Así que elegí la primera terraza que encontré en mi paseo por el ídem de Zorrilla, junto al Matadero, y allí pude saborear un café expreso servido por una moza caribeña de buen ver.

El café exprés delicioso; lo apuré hasta la última gota…pero sin el diario vallisoletano por aquello del manoseo. Y créanme que ya no sentí la misma sensación de 72 días atrás. El café y el periódico son como dos amantes; el uno no puede vivir sin el otro.

Como no había periódico, no me ocurrió como a los de la frase que la actriz fgrancesa Juliette Binoche pronunció en su momento: “Quiero que la gente se atragante con el café cuando abra el periódico. Que vea, sienta y reaccione.”

Quizás me hubiera atragantado al leer algún comentario de los muchos políticos ineptos que nos gobiernan. Pero afortunadamente pude salir ileso al no disponer de prensa el establecimiento en cuestión. A partir de mañana compraré un Norte, y de esta forma contribuiré modestamente para paliar la grave situación que atraviesa la prensa escrita.

Tras apurar mi café, pagué mi consumición y me di una vuelta por el Matadero hasta llegar a la Carretera de Rueda. Y en un chaflán con Zorrilla vi otra terraza bien preparada, con toldo incluido porque el sol apretaba lo suyo, y allí me tomé la otra ración diaria que el coronavirus dichoso nos había hurtado durante 72 días: mi clarete con gaseosa.

Pero resulta que el camarero, muy atento, me dijo que para 70 céntimos de euro no servía en la terraza un clarete. “Le ofrezco un cigales” -me dijo amablemente-. Pues adelante, pero que sea “Viña Picota”, por favor, le contesté. “No, lo siento”-dijo el buen hombre-. Bueno, pues sírvame lo que tenga, le comenté un tanto extrañado.

Y es que resulta que en la hostelería sigue existiendo el clarete de toda la vida a modo de garrafón, y a menos de un euro por copa, con tapa incluida. Y que ahora, -luego vi una promoción comercial- resulta que al clarete, o sea al rosado, lo llaman “Cigales”. Cosas veredes amigo Sancho...

Total, que me quedé sin el “Viña Picota” de mis amigas Feli e Inés -las descendientes del gran Félix Salas, de Corcos-. Pero frío y con gaseosa, aquél cigales fue como el dicho de Dom Perignon: “¡Venid rápido, hermanos! ¡Estoy bebiendo estrellas!

Y es que, después de 72 días de impedirte lo cotidiano, las cosas simples se aprecian y se saborean mejor. Una sencilla copa de vino con gaseosa, acompañado de una tapa de medio huevo con mayonesa, puede parecerte sublime. Y todo por 1.50 euros, cobijado bajo un sol de justicia en una mesa a dos metros de distancia del prójimo y con mascarilla...

En fin, todo sea por contribuir a la maltrecha economía hostelera. Habrá tiempo de mover el dinero ahorrado para visitar a nuestros amigos de La Criolla, o degustar unas setas -aún hay tiempo- en el santuario micológico de mis amigos César Lomas (padre e hijo), del Argales 2. O un buen lechazo en El Cossío de nuestro amigo mojadense Perico de Frutos.

Mi amiga María Guadilla (en la piscina del Matadero) ya tiene su terraza dispuesta y habrá que celebrarlo con nuestra gráfica Natalia, su esposo Alberto y la hija de ambos, Eve, que acaba de cumplir 13 años. Será en honor de su cumple y el mío.

Esto, lo cotidiano, empieza a recobrar vida. Habrá que ir despacio y respetando las normas establecidas para no retroceder; Las imágenes diarias de los expertos “cuentamuertos” no deben repetirse. Y a la economía, maltrecha economía, hay que empujarla entre todos para situarla fuera de la UVI de un hospital imaginario.