Castilla y León

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Opinión

El coronavirus está llevándose nuestro mundo de repente

20 marzo, 2020 14:05

“Y el doctor Rieux, que miraba el golfo, pensaba en aquellas piras, de que habla Lucrecio, que los atenienses heridos por la enfermedad levantaban delante del mar”.


20 de marzo de 2020

(6º día de cautiverio)

El parte de guerra hoy es que las cosas siguen mal en las Españas, aunque el porcentaje de contagiados ha disminuido un poco hoy, según las últimos datos oficiales, una pequeña luz de esperanza.

Pero es tal la magnitud del problema que nadie sabe a ciencia cierta qué sucederá mañana. Casi mil almas van ya con los pies por delante en esta piel de toro desgarrada. Ancianos, sí, pero también algunos jóvenes, pois, pois. Y lo que puede aguardarnos a la vuelta de la esquina. Acongoja ver en el norte de Italia la hilera funeral de camiones militares acarreando cadáveres del coronavirus hacia los crematorios.

Unos opinan que la curva de la pandemia alcanzará el pico este fin de semana o hacia mediados de la que viene para quedarse durante un tiempo ahí arriba en forma de meseta. Otras predicciones, más pesimistas, elaboradas en base a modelos matemáticos, pronostican que la meseta se prolongará hasta mediados de abril y solo a partir de entonces empezará a declinar.

O sea, una espera tensa y larga para los ciudadanos recluidos en sus casas. Y una penuria indecible para los equipos sanitarios, las fuerzas de seguridad del Estado, los trabajadores de servicios básicos y demás que operan en las primeras líneas de este frente invisible y letal. Mucho ánimo para todos ellos.

Estamos en nuestro cautiverio observando con impotencia vuestros enormes esfuerzos. Sois los grandes héroes de esta España desvencijada que puede ver claro ahora cuáles son sus auténticos valores de siempre: unión, solidaridad, generosidad, civismo, sacrificio… Queremos empujaros a todos, abrazaros, besaros, felicitaros por vuestro trabajo. Pero solo podemos asomarnos a las ventanas y aplaudiros. Esos aplausos emocionados que las gentes de toda condición os tributan todos los días desde los balcones con el mismo respeto sobrecogedor como si ante ellas discurriera un paso de nazarenos.

La prioridad está ahora en el frente sanitario. Pero hay un temor contenido a lo que el virus pueda acarrear en lo económico. Efectos a escala mundial que resultan difíciles de predecir. Todo dependerá del tiempo que se tarde en controlar la expansión del coronavirus criminal.

También aquí hay dos posiciones. Los optimistas, acaso los menos, confían en que esto pase en unos meses. Finalizará entonces el enclaustramiento y las gentes se echarán a la calle con ganas de recuperar el tiempo perdido, de disfrutar de nuevo de la vida, y, si es posible, con intensidad. Y habrá dinero en circulación para levantar las copas, porque la Unión Europea, Estados Unidos y otras naciones han decidido arrojar toneladas de dinero al mercado para que la sangre fluya con generosidad y vigorice con rapidez la economía congelada.

Con esta fórmula dineraria se reconstruyeron Alemania y Europa occidental después de la II Guerra Mundial, el famoso Plan Marshall, que dio lugar a que en pocos años se hablara del “milagro alemán”.

Otros, en cambio, son menos optimistas. En nuestros días, la economía es un conjunto de interrelaciones a escala global, como un conjunto de fichas de dominó que dependen unas de otras. Y ahora es prácticamente imposible saber qué fichas caerán y qué otras fichas harán caer a su vez y sus consecuencias.

Saldremos de la crisis, sin duda, más tarde o más temprano. Pero, como en otras ocasiones, es muy probable que emerjamos sin haber aprendido nada, aparcando en la memoria los malos recuerdos en vez de sacar consecuencias de ellos, que es lo propio de los sabios.

Sea como fuere, todos coinciden en que nos hallamos ante un mal sueño. Nos vimos de pronto confinados en nuestros domicilios a la fuerza, viendo desfilar a nuestro alrededor el tropel de finados, y cuando volvamos a salir a la calle nos encontraremos un mundo totalmente diferente, amedrentado, aturdido, desconcertado, como ese niño estupefacto al que le pinchan el globo y no alcanza a comprender que su preciado juguete haya desaparecido de repente.

Este mundo nuestro se encamina hacia problemas globales: la extensión de pandemias bíblicas que podrían matar a millones de personas, de lo cual ya previno Bill Gates en 2018, como esta del coronavirus; la contaminación infame del planeta por nuestro estilo de vida voraz y despreocupado; el cambio climático; la escasez de agua y alimentos; las grandes migraciones humanas, la desaparición acelerada de especies, el peligro nuclear, etc. Problemas globales que precisan de soluciones a escala planetaria.

Todavía seguimos creyendo que basta con mirar para otro lado, que lo que nos muestran en televisión es una lejana realidad que no va con nosotros. Esta crisis del coronavirus está demostrando lo pequeños que somos, que alguien estornuda en China y las miasmas llegan hasta Valdemoro, que alguien suelta un cuesco en Tarragona y los ecos se escuchan en Sidney.

Las naciones y las organizaciones de naciones, la ONU o UE, por ejemplo, son incapaces hoy de articular medidas que den soluciones de esa naturaleza. Lo hemos visto en la feliz Europa con el coronavirus: se estaba colando de rondón en nuestras vidas y las autoridades sanitarias europeas nada habían hecho para prevenir su entrada y el contagio masivo.

El concepto de nación, que procede del siglo XIX, ha quedado hoy totalmente obsoleto. En este contexto, solo sectarios extremos como Torra o Puigdemont pueden apostar por un mosaico de territorios independientes. El mundo necesita instrumentos de mayor alcance para protegerse y continuar avanzando.

Esta es una de las enseñanzas que pueden extraerse a vuelapluma de este mal sueño en que nos hallamos, pois, pois.

Y a esos gilipollas ignorantes e incívicos que se saltan la cuarentena a su libre albedrío, leña al mono, sin piedad.