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Región

Ángel Rufino 'El Mariquelo', imposible diferenciar al hombre del tamborilero

30 octubre, 2017 13:57

Escribir sobre Ángel Rufino de Haro, El Mariquelo, sería imposible hacerlo en unas cuantas líneas. A sus cincuenta y tantos –como versaba Sabina- ha servido de ejemplo para que el folclore salmantino, charro le gustaría decir mejor, despertara del letargo que vivía desde los años de la extinta Sección Femenina. Él, junto a otro importante grupo que conformaron los primeros años de la Escuela de Tamborileros de la Diputación de Salamanca, creada por Pilar Magadán, sirvió para que todo aquello que se consideraba ‘viejo’ despertara al interés de los jóvenes, en la recuperación de los valores tradicionales.

Ángel, con sus virtudes y defectos –como buen creyente que lo es-, desde 1974 ha recorrido fincas, pueblos, aldeas, villas, compartiendo las alegrías de las fiestas, del trabajo y también las tristezas. Quienes lo conocimos y hemos compartido infinidad de vivencias, bien con su Derbi y después en la Bultaco que llamaba ‘Metralla’, hasta estos tiempos modernos a lomos de ‘Bailadora’, sabemos que ha marcado la tradición de esta provincia, guste o no guste.

En Ángel Rufino no es posible diferenciar el hombre del tamborilero, del personaje que cada año sobrecoge en el cumplimiento de la tradición cada 31 de octubre, del que anima a los quintos en sus fiestas, del que se casó a la ‘moda’ serrana con María de Valero –su fiel e inseparable guía- y sus cinco días de boda y fiesta y jolgorio, de bailes y cantes, el paracaidista, el folclorista en resumen, va unido a la identidad de esta tierra, de su Salamanca la blanca y sus gentes.

Historia de los Mariquelos

El Mariquelo era originariamente el miembro de una familia, los Mariquelos, que debía subir cada año a la torre de la Catedral Nueva de Salamanca, en agradecimiento a Dios porque el terremoto de Lisboa de 1755 apenas había dañado el edificio y no ocasionó víctimas mortales. Esta tradición se ha mantenido de forma ininterrumpida desde 1755 hasta hoy, exceptuando 8 años entre 1977 y 1984.

El 31 de octubre de 1755 se registró un fuerte terremoto en las costas del Cabo de San Vicente, en Portugal. Se calcula que tuvo una magnitud en torno a 9 en la escala de Richter y provocó un tsunami que afectó a buena parte de Europa Occidental y el norte de África. Pero sobre todo pasó a la historia debido a que ambos fenómenos arrasaron completamente la capital portuguesa, pasando a ser conocido como el Terremoto de Lisboa.

En Salamanca, ciudad relativamente cercana a Lisboa, se dejaron sentir los efectos del seísmo, y la población asustada se refugió en la recién construida Catedral Nueva, finalizada en 1733. La construcción permaneció casi intacta tras el suceso, aunque algunas figuras de su fachada se hicieron añicos al caer al suelo. Pero el daño más importante lo sufrió la torre, que quedó ligeramente inclinada. A simple vista sólo puede apreciarse la falta de esbeltez de su trazado, dado que tuvo que ser reforzada en sucesivas veces por temor a que se derrumbara.

En conmemoración de aquel día, el Cabildo catedralicio de Salamanca estableció que todos los días 31 de octubre subiera alguien a la torre para tocar las campanas, para dar gracias a Dios y pedir que el terrible suceso no se repitiera. Además, era necesario medir año tras año la inclinación de la torre para comprobar que no siguiera inclinándose. Los encargados de iniciar esta costumbre fueron los Mariquelos, una familia que vivía dentro de la catedral y que se encargaba de tocar las campanas cuando correspondía. El último Mariquelo de la familia fue don Fabián Mesonero Plaza que dejó de subir al cimbalillo en 1977, y fue en realidad el último Mariquelo auténtico.

Sin embargo, en 1985, Ángel Rufino de Haro rescató el rito hasta la actualidad. El Mariquelo, tomó del apodo sin tener relación alguna con la familia original, y ataviado con el traje charro, subía hasta la bola que se alza en el punto más alto de la torre. En la actualidad, el Cabildo ha ordenado que ya no se suba a la citada bola, dada la peligrosidad de ese último tramo, y lo hace hasta el campanario desde donde canta una charrada con la gaita y el tamboril y pide por asociaciones como Asprodes y Alzheimer, en esta ocasión.

“No se trata de un espectáculo, sino de una acción de gracias a Dios”

Treinta y un años subiendo a las torres de la Catedral.
Sí señor. Ininterrumpidamente.

¿Qué supone para El Mariquelo subir a las torres de la Catedral?
No con lo respecta a mi persona, sino a las peticiones que a lo largo de los años me ha hecho la gente de Salamanca. Peticiones de enfermos, necesitados… Por eso, este año voy a pedir por Asprodes Salamanca y las personas que padecen alzheimer. Es un acto para reivindicar el vivir cada día con las personas que te rodean e implicarte con ellos. Y esta relación hace que se motive uno para cumplir la tradición de subir a la torre de la Catedral de Salamanca. No se trata de un espectáculo, sino de una acción de gracias que proviene de cuando el terremoto de Lisboa. Es una acción de gracias a Dios, y en los tiempos que corren, aunque sea de manera efímera, es importante dar gracias a Dios. Creo que es bueno manifestar tu fe y tu solidaridad con el corazón.

No deja de ser, a pesar del paso de los años, un acontecimiento en la ciudad.
Por supuesto. Cada año no deja de llegar gente de fuera. En algunas ocasiones hemos tenido visitantes de Brasil, Francia o Portugal. Este año nos acompañarán de estos dos últimos países que, inclusive, vendrán con sus instrumentos. Los del País Vascofrancés debido a un intercambio que realizamos con ellos y ahora devuelven la visita.

Ángel, ¿Por qué surgió este acontecimiento?
Esto surgió porque yo vivía en la casa de La Latina. Y recuerdo que la víspera de Los Santos alguien subía a la torre de la Catedral, que eran los antiguos ‘mariquelos’ y se asaban castañas en la plaza de Anaya, que eran los calvoches. Una tradición que se debe retomar, asar castañas en la víspera de Los Santos en la capital. Después, cuando entré en el Centro de Cultura Tradicional, de la mano de Pilar Magadán y Juan Cruz Sagredo, que era el diputado de Cultura, me inculcaron el amor a las tradiciones. Entonces fue cuando recordé la tradición de los ‘mariquelos’. Hablé con el deán de aquellos años -1986- y me animó a que retomara la tradición y subimos hasta la veleta, desde donde realizamos la acción de gracias. Ahora ya, como es sabido, se ha limitado el acceso por motivos de seguridad. Pero no importa que sea más arriba o más abajo, lo principal es que desde la torre de la Catedral se pueda realizar la acción de gracias en estos tiempos que corren.

¿Qué ocurre con las tradiciones?
Dos cuestiones, la primera, el devenir de los tiempos y los cambios sociales, como correr los gallos o las corridas de toros. Y la segunda, porque se pierde la esencia, la pureza. Un problema mantener las tradiciones por sistema, y no debe ser así. Lo importante de las tradiciones es mantener la identidad, y, por desgracia, no está siendo así. Si una tradición tiene raíces, siempre se puede recuperar. Si esa tradición se riega y se cuida, claro que vuelve a renacer.

Parece que todo es lo mismo.
Eso es lo que ocurre. Parece que una tradición no destaca de otra. Es como con los trajes tradicionales. El serrano se viste de charro, el charro de serrano, se mezclan… No tienen identidad. Simplemente, una imagen vale más que mil palabras. Los charros debemos defender lo nuestro. ¿No defienden los vascos, los gallegos, los catalanes o los andaluces, lo suyo? Pues nosotros debemos defender lo nuestro. No pinta nada una charra bailando sevillanas o al revés. Debemos mantener y reivindicar lo charro, como los bailes, que son auténticamente preciosos y alegres. Es que la gente los desconoce. Perantones, charros, charradas, el charro brincao, jotas… Una serie de bailes que son muy vistosos y la gente solo nos identifica con la sobriedad y seriedad de la charrada. Existe mucha variedad, tanto de trajes tradicionales como de bailes tradicionales. Esa riqueza tenemos que explotarla porque es nuestra seña de identidad.

¿Algo más?
Pues invitar a toda la gente a que asista a esta acción de gracias a favor de Asprodes y las personas que padecen alzheimer, como también en el reconocimiento al Año Jubilar Teresiano, que como ella decía “siempre adelante”, que es uno de los eslóganes míos.
Siempre con nivel y de límite el Cielo.

Ángel Rufino, el tamborilero y el personaje –amado por unos, criticado por otros, envidiado por los más- que ha bebido de los manantiales puros de nuestro folklore, que ahí es pronto. Recuerdos vividos en procesiones y rondas, bodegas y fiestas, alboradas y bailes con El tío Mozo de Villanueva del Conde, el tío Víctor de Miranda del Castañar, Eduardo de La Herguijuela de la Sierra, Bartolito de Lagunilla, El tío Frejón de Retortillo, Ismael de Cilleros de la Bastida, Isaías de Almendra, señor Francisco de Arapiles y tantos otros que dejaron pose, seña e identidad en la música, la tradición y la cultura de lo que fue, y es, una provincia rica y extensa llamada Salamanca.