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Valladolid

Fermín Cacho

8 agosto, 2017 19:49

San Esteban de Gormaz y Ágreda están casi de punta a punta de la provincia de Soria. Y eso es mucho, en distancia y en el mérito de atravesar una red de carreteras sustancialmente mejorable, incluida esa nacional 122, a la que en su otra vertiente por Alcañices tampoco le vendría mal un repaso.

Del pueblo en el que pasé mi infancia a la localidad natal de Fermín Cacho hay un término medio, cerca de Soria capital. Valonsadero, punto de encuentro en el que podían llegar a coincidir todo un campeón olímpico, una leyenda para sus paisanos, y un pequeño benjamín que descubría el deporte por la arista del atletismo.

Siempre he pensado que los recuerdos de la infancia son una nebulosa que se afina con los detalles que aportan quienes también estuvieron presentes en cada anécdota. El 8 de agosto de 1992 me veo junto a mi familia en un camping de la costa cántabra apunto de presenciar la que se convertirá en la primera secuencia de la película deportiva que atraviesa mi memoria visual.

Vitrina dedicada a Fermín Cacho en el Museo Olímpico de Barcelona.

Ahora que se conmemoran los 25 años de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en mi memoria están reducidos a aquellos tres minutos y cuarenta segundos de la final masculina de los 1.500 metros. En el bar del camping, sin alcanzar a comprender del todo lo que ocurría, creo recordar a mis padres explicándome que un muchacho de la tierra en la que vivíamos estaba ahí, en el corazón de ese grupo apelotonado de corredores.

La última vuelta de Cacho es tan memorable que aún ahora, revisando el vídeo de la carrera, parece inverosímil, lanzado hacia el oro en una recta final demoledora que redujo a sus rivales a un trote a cámara lenta. Esos últimos diez metros, con el oro ya asegurado y los brazos abiertos son sin duda el primer momento que elegiría vivir si la reencarnación existiera y se orientara a las gestas deportivas.

Cacho será siempre una celebridad en Soria. Ahora, 25 años después, y entonces, en los campos de Valonsadero, meses después de la hazaña de Barcelona, donde los benjamines hacíamos cola para poder saludar a un hombre que nos parecía un gigante. Nunca he sido muy de autógrafos ni de fotos, pero aquella dedicatoria de Cacho siempre fue una estrella Polar que guiaba el esfuerzo y la constancia en busca de un objetivo.

El éxito de Cacho, su legado, no están tanto orientados a la brecha que abrió en el atletismo español y por la que pudieron entrar tantos otros después, sino a la grandeza que tiene que un muchacho de lo más profundo de Soria pudiera alcanzar la gloria, desde el ostracismo hasta el Olimpo.