Opinión

Inherente a ser español...

16 mayo, 2017 20:37

La herramienta básica para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Un ejemplo es la palabra “pero”, porque puede llegar a destruir lo que podía haber sido, pero nunca se atrevió a ser. Como dice una célebre máxima oriental “un sabio (por tal debemos tener a nuestros superiores) conoce a un ignorante, porque él ha sido ignorante, pero un ignorante no puede juzgar a un sabio, porque no ha sido nunca sabio”. Lo malo del ignorante, además, no es que no sepa nada, sino que sepa demasiadas cosas que no son ciertas.

Hoy en día parece que la fidelidad y la dignidad están de moda en todas las facetas de la vida privada y pública, pero sencillamente porque no se practican. Nunca la fidelidad y la dignidad han sido tan deseadas y valoradas como ahora, quizá porque nunca han escaseado tanto como ahora. Incluso se nos venden mensajes e imágenes en los que se les resta valor, que quedan resumidos en este conocido slogan: “si encuentra algo mejor le devolvemos el dinero”.

Ante los ojos de todos está el cada día mayor número de abandonos de situaciones de vida asumidas inicialmente como definitivas. Fidelidad y dignidad, también la honorabilidad, e incluso el amor,  son conceptos que han nacido unos junto a otros. Sin embargo estamos asistiendo actitudes en la sociedad que nos llevan a considerar y asumir, que en la práctica esto no ocurra. Estos valores son deseables, si acaso, para una minoría privilegiada o capacitada, pero para la gran mayoría está asumido que no pasa nada si se desligan de cualquier compromiso de vida.

Hay un dicho antiguo castellano que dice: “puede una gota de lodo sobre un diamante caer, puede de igual modo su fulgor oscurecer; pero aunque el diamante esté cubierto de cieno, su valor lo hace bueno; no lo perderá ni un instante, y ha de ser siempre diamante por más que lo manchen todo”. La fidelidad, la dignidad, la honestidad y el amor a los demás siempre serán un valor seguro para las personas capaces de dar ejemplo de ellas. Estas virtudes forman el verdadero valor de la persona.

En todas las épocas se ha dado la pérdida de dichos valores y virtudes. En nuestros días el desenfreno permisivo conduce a quitarle importancia, y en consecuencia a que se dé el fenómeno. Con la propagación de la costumbre y las estadísticas parece que la falta de verdaderos valores que forman el verdadero fondo de las personas; en resumidas cuentas la amoralidad o la indignidad, en todos los aspectos de la vida humana, económica, política y social; sea buena, y que la dignidad sea una falta de naturalidad.

Es conocido también, que simular que se vive en la dignidad y la honradez mientras se prescinde de ella es deslealtad e hipocresía. Tampoco es digna de elogio la actitud del que, siendo digno y honrado, se presenta como si no lo fuera, ya que da muy mal ejemplo. Pero siempre lo peor es el caso del que carece de dignidad y honra y alardea de tenerlas.

Últimamente estamos asistiendo a innumerables ejemplos que nos dan que pensar sobre si vamos por el buen camino. Se permiten actitudes a muchos personajes políticos y mediáticos, o no, que en cualquier país estarían penadas, de cárcel. Anormalidad que no es más que el reflejo de los delincuentes, personas de moral distraída, vagos, personas de dudoso pelaje o forajidos, que pueblan nuestra vida social, política y económica, nuestras cadenas de televisión en mil y un programas y demás medios, a los que se les da un valor o brillo, que por comparación no hacen más que degradar el nivel de honradez y dignidad de la mayoría de las personas laboriosas de nuestra sociedad.

Los delincuentes o forajidos, los traidores, gentuza y demás, tienen ahora y han tenido desde antiguo la habilidad de arroparse con pretextos varios tendentes a producir impunidad por sus fechorías o actitudes. Si los sentimientos más profundamente humanos no deben perderse, lo que no podemos hacer es caer en la candidez de elevar a categoría de personas normales, sensibles o solidarias a los que no dudan en atacar a la sociedad, a su país, a sus instituciones, a cualquier persona de bien, o que no piense como ellos, en definitiva a España.

Ser honrado y parecerlo son actitudes necesarias a la vez. Es un principio que no puede cambiar; desde tiempos antiguos o de Cervantes sigue valiendo igual, porque es inherente a la dignidad de la persona, y tiempos atrás era inherente a ser español.