Castilla y León

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Cultura

Estos son los finalistas del XVIII Premio de la Crítica de Castilla y León

12 febrero, 2020 18:36

El Instituto Castellano y Leonés de la Lengua y el Ayuntamiento de Valladolid han presentado hoy miércoles, 12 de febrero, en rueda de prensa en la Casa José Zorrilla de Valladolid, los títulos finalistas del ‘Premio de la Crítica de Castilla y León’.

Estos son los autores y títulos:

José Luis Alonso de Santos. Mil amaneceres. Estudio introductorio de Margarita Piñero (Ayuntamiento de Valladolid)

El autor cierra con Mil amaneceres el círculo abierto con su primera obra dramática, ¡Viva el duque, nuestro dueño!, condensando en esta las claves de su teatro. El protagonista es un joven comediante del siglo XVII, Benjamín, que en un intenso monólogo pronunciado ante el ataúd de su compañero de fatigas, Antón, recuerda su vida desde que se conocieron en galeras hasta el presente, en la plenitud del éxito. En sus palabras se expresa todo el proceso de aprendizaje desde el sufrimiento hasta su superación a partir de lo cómico y de la práctica de la piedad. Por la obra desfilan la dureza cotidiana, las conflictivas relaciones con el poder y la sociedad, la solidaridad y una reflexión profunda sobre el teatro.

Antonio Colinas. Sobre María Zambrano. Misterios encendidos (Siruela)

Maestro de las letras españolas contemporáneas, el poeta Antonio Colinas, asimismo narrador, ensayista y traductor, aborda y desentraña en esta obra los “misterios encendidos” de María Zambrano con esa precisión, austeridad y exactitud de fondo y forma que le caracterizan. Muy unido a la autora de Los intelectuales en el drama de España, Colinas saca a Zambrano del coto privado en que algunos pretenderían mantenerla e ilumina la sabiduría y el humanismo transcendente de una “palabra que arde sin agotarse entre el alba y la noche del ser”, palabra escrita “con todas las consecuencias”. Indagación  profunda y singular esta de Antonio Colinas, inspirada tanto en la luz como en los silencios, en la música y en los símbolos.  

Alejandro Cuevas. Mi corazón visto desde el espacio (Menoscuarto)

Quinta novela de Alejandro Cuevas, la cual, dando la razón al dicho taurino de que nunca hay quinto malo, se revela jugosamente divertida y, al tiempo, muy crítica, hasta sarcástica y sin concesiones al humor fácil ni a las visiones idealizadoras. Tras seis años en el extranjero, y aquí procede subrayar que el autor ha pasado cinco de los seis últimos años en Estados Unidos, el protagonista regresa a su ciudad, a la que llama Desgracia, de la que se fue huyendo de la ruina y el desamor y de la que ahora traza su crónica, tanto la del pasado como la del presente, incidiendo en realidades de las que casi nunca se habla. Cuevas es un narrador esplendido y sería lamentable que no encontrase en la sociedad literaria española el lugar que merece.

Pablo Andrés Escapa. Fábrica de prodigios (Páginas de Espuma)

Tres relatos o novelas cortas de quien se ha revelado como uno de los mejores cuentistas de su generación, el leonés Pablo Andrés Escapa, las tres de aliento fantástico, fabuloso e irónico, ambientadas –a la manera de Luis Mateo Díaz- en un espacio mítico de provincias. En la primera, ‘Pájaro de barbería’, el mutismo y la inmovilidad de un loro, encerrado en la jaula de una barbería pueblerina sin clientes, atraen la atención y obsesionan a un viajante de comercio, con un final absolutamente inesperado; la segunda, Continuidad de la musa, acoge un despliegue metalitario y se cierra sobre un apunte de metempsicosis; y la tercera, El diablo consentido, se desarrolla entre equívocos que mezclan realidades y sueños. Relatos sorprendentes. 

Emilio Gancedo. La Brigada 22 (Pepitas de Calabaza)

“Nada falta en esta novela”, ha escrito Nicolás Miñambres, mientras otros críticos de prestigio ponderaban la imaginación del autor, su seguridad narrativa o la calidad de su estilo, cualidades resplandecientes en todas las páginas de esta obra, que jamás decae. La historia se desarrolla en 1980 en una ciudad de provincias, donde Francisco Munera, oficinista de vida gris y ordenada, de repente descubre, a través de un encadenamiento de azares, a los integrantes, ya muy entrados en años, de una antigua partida de maquis, anclados en sus ideales. A partir de ahí, Gancedo despliega con ironía y entrañablemente una historia que en el fondo incide en la incapacidad de la sociedad española para cerrar las heridas.

Adolfo García Ortega. Una tumba en el aire (Galaxia Gutenberg)

En la relación de horrores de ETA, tan desbordada de episodios espeluznantes, sobresale el triple asesinato de la noche del 24 de marzo de 1973, cuando tres jóvenes gallegos cruzaron la frontera de Francia para ver en Biarritz ‘El último tango en París’, película de Bertolucci, protagonizada por Marlon Brando y María Schneider. Para su desgracia, los etarras, que entonces campaban a  sus anchas por el sur del país vecino, los tomaron por policías, cayeron sobre ellos y nada ha vuelto a saberse, salvo que murieron en la tortura. En la senda de Truman Capote de A sangre fría, García Ortega, exhaustivamente documentado, levanta inventario de aquella atrocidad. Se trata de un relato que sobrecoge. 


Juan Antonio González Iglesias. Jardín Gulbekian (Visor)

Ganador con este libro del vigésimo noveno ‘Premio Jaime Gil de Biedma’ de la Diputación de Segovia, el poeta González Iglesias, latinista de prestigio de la Universidad de Salamanca, aúna en el bosque de sus versos la herencia de la tradición y el fulgor de la modernidad. Jardín donde todo se entiende sin decir nada, en el que perderse para encontrarse por unos senderos en los que laten la serenidad y los enigmas. Jardín, también, para refugio, pero para refugios sin huida. Como aquellos jardines de fray Luis de León, donde “el aire se serena/ y viste de hermosura y luz no usada”, jardines plantados por la mano del hombre, principio y fin de una poesía  que se mide en la causa de la armonía.   


Mauricio Herrero Jiménez. Todos los tiempos (Difacil)

Nuevo poemario, al parecer el segundo, de Mauricio Herrero, paleógrafo en la vida oficial y poeta en la vida escondida de los que desgranan en sus versos la arena de los relojes para rescatar  la memoria sin tiempo de laberintos, naufragios y cenizas. Cántico del viento cuando el viento nos devuelve las sílabas del silencio. Desde las entreluces y en el otoño de la despedida, con el corazón calcinado y en la hora de las derrotas, los poemas se deslizan por las sombras y se precipitan en pozos sin agua, haciendo inmortal el dolor de la partida final de quien  guio al poeta por las inquietudes y las alegrías.  “Aquí estoy”, reflexiona en medio de la devastación, gracias a “las palabras/ que nunca me han fallado” y “me siguen salvando”. 

Yolanda Izard Anaya. Lumbre y ceniza (Devenir)

“La poesía debe ser otra cosa”, sostiene Yolanda izard en el primer verso de Lumbre y ceniza, poemario que se alzó con el último Premio Miguel Hernández. Y sigue, aclarando la naturaleza de esa otredad: “Debe habitar en parajes destartalados/ donde apenas habita la sombra del lirio/ y despeñarse entre las arrugas del hombre/ cinceladas con la tristeza”. En consonancia con esa declaración, la poeta fija la mirada  “en la corriente del cielo” y dirige sus versos a las personas amadas y a las cosas que nos hicieron para llegar así al límite de las sombras de la noche, de todas las noches del ser humano. Fábula lenta de lo esencial e invisible con un ritmo hondo y expresión sabiamente contenida.

Luis Mateo Díez, Juventud de cristal (Alfaguara)

Nueva novela de Mateo Díez y, como suya, nuevo libro imprescindible, porque el magisterio del autor de La fuente de la edad o La ruina del cielo, miembro de la Real Academia Española, no conoce altibajos, fiel –para satisfacción de su infinidad de lectores- a ese personal y logrado universo literario de sus Ciudades de Sombra. En esta ocasión Armenta, a orillas del río Margo, donde una mujer (Mina) levanta inventario de las inquietudes, ansías o desasosiegos que se apoderaron de las vidas de unos personajes tan vistos como entrevistos a partir de sus rememoraciones. Es portentosa la capacidad de Mateo Díez para construir historias, crear personajes, alumbrar situaciones y trazar escorzos inesperados.  

Fotografías: Instituto Castellano y Leonés de la Lengua

Fotografías: Instituto Castellano y Leonés de la Lengua