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Los invisibles se hacen visibles

5 diciembre, 2018 17:11

El mal de nuestro tiempo tiene su móvil fundamental en una conducta que no aparece, por lo demás, en relación con otros males: la necedad. La crucifixión de Jesucristo, según sus propias palabras, fue atribuido a la necedad. El no saben lo que hacen del pueblo lo perpetró. La necedad es sin lugar a dudas un enemigo peligroso, incluso más que la maldad.

Ante el mal podemos protestar, dejarlo al descubierto y provocar en el que lo ha causado cierto malestar o alguna sensación de arrepentimiento. Ante la necedad, por el contrario, ni la protesta ni la fuerza surten efecto. El necio deja de creer en los hechos e incluso en la crítica; se siente satisfecho de sí mismo, y si se le irrita pasa al ataque. Cuantas reuniones y cuantos proyectos han fracasado antes de empezar ante el invite del necio de turno, secundado por sus acólitos.

El necio, del latín nescius, el literalmente el que ignora o no sabe. Deberíamos permanecer en guardia contra el número cada día más elevado de nuestros congéneres necios. Cada día nos sale al paso un necio, por la mañana, por la tarde e incluso en ocasiones hasta más de uno se acuesta con la cabeza empanada por alguno de estos seres humanos.

Vivir así no merece la pena. La necedad es un defecto humano, un defecto integral de la persona, que pierde hasta su yo. Es un defecto que podemos afirmar es intelectual, con un origen concreto y contra el que no tenemos defensa, salvo la pedrada en la cabeza. Jesucristo perdonó al que no sabía lo que hacía, mientras que atacó duramente a los necios que profanaban el templo o el corazón de un niño sabiendo bien lo que hacían.

En la necedad no debemos ver toda la causa de los males de estos tiempos, puesto que ni todos somos necios o ni todos somos inteligentes. Tampoco todos los necios son perversos ni todos los inteligentes altruistas. Esta semana una vez más vemos aparecer de nuevo a la conjura de los necios en la calle, secundada por la de los necios dotados de un buen coeficiente intelectual, que intentan apartarse de la pedrada en la cabeza detrás de una pantalla de televisor. Se comportan en lo ético, con la misma insensibilidad que el necio, a la hora de hacer lo correcto. En este terreno puede ser mucho más peligroso el listo que el estúpido. En ocasiones el reformador metódico suele ser una persona de este tipo. El mal capital de nuestro siglo tiene su causa en la apatía moral de los seres que se creen inteligentes y que dirigen a la mayoría y la obligan a permanecer en la necedad, y a soportar conductas que llevan a la autodestrucción de los ciudadanos y del país...

La mente no es una mera función biológica del cerebro. Nos hace tenernos presentes, tener conciencia y así seleccionar la información que nos interesa. El ser capaces de aprender de otra persona, analizar lo que ocurre a nuestro alrededor y sacar conclusiones propias, nos abre la posibilidad de tener un diálogo moral con nosotros mismos y con los demás para resolver lo que nos ocurre cotidianamente. La ética está formada por un ejercicio constante del pensamiento. Desafortunadamente cada día hay más individuos que parecen incapaces de dar noticia de sí mismos. “Ser o no ser” he aquí la cuestión. De momento parece que los invisibles se van haciendo visibles. Se va perdiendo el miedo a la necedad dirigida e impuesta. Se ha tolerado lo intolerable y habrá que dar soluciones. La realidad y la verdad sólo es una y va acabar apareciendo.