zamora jornadas diocesanas

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Zamora

Miguel Payá: “¿sirve la piedad popular para evangelizar hoy?”

25 enero, 2018 12:24

En la tarde del miércoles comenzaron las XVI Jornadas Diocesanas de Zamora, dedicadas a la “Religiosidad popular y evangelización”, en el salón de actos del Colegio Divina Providencia, de las Siervas de San José.

Tras el inicio con la oración, dirigida por el vicario de Pastoral, Fernando Toribio, las palabras de inauguración estuvieron a cargo del vicario general, José Francisco Matías, que presentó las Jornadas haciendo un breve repaso de su historia, “a vivir más en plenitud nuestra vida cristiana y el compromiso con nuestra Iglesia diocesana, más viva y participativa”.

Saludó a los presentes en nombre del obispo, Gregorio Martínez Sacristán, ausente, pero que se recupera “muy satisfactoriamente” según los médicos, un mes después de su operación de trasplante de riñón en Salamanca.

El encargado de presentar al ponente fue Javier Fresno, delegado diocesano para la Religiosidad Popular. Miguel Payá Andrés es sacerdote diocesano de Valencia, donde ha sido formador del Seminario, capellán, delegado, vicario de Pastoral, canónigo y docente en la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de la ciudad, donde ha ocupado la cátedra de Eclesiología y ha sido decano. También trabajó en la Conferencia Episcopal Española como director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Pastoral (cargo que actualmente ocupa el zamorano Juan Luis Martín Barrios). Y es autor de varias publicaciones de Teología y Pastoral.

El catolicismo español

El ponente confesó ser “un enamorado de la ciudad de Zamora” y mostró también su satisfacción por el tema de la conferencia. Y comenzó su intervención con esta pregunta: “¿sirve la piedad popular para evangelizar hoy?”. Zamora representa, cuando se habla de la Semana Santa, “la seriedad”, según dijo.

Payá encabezó la primera parte de su conferencia con una frase bíblica: “Convertirá el desierto en jardín” (Is 51,3), con “el desierto en presente y el jardín en futuro”, ya que los católicos españoles ven el ocaso de la fe y de los valores católicos, con un ánimo pesimista y derrotista. Una actitud que “se basa en indicadores bastante claros e indiscutibles: el debilitamiento de las comunidades cristianas, la crisis de las instituciones educativas, la descalificación cultural del cristianismo y el ocaso de Dios”.

Porque Dios –reconoció– ha perdido importancia en la vida personal de la gente y ha dejado de ser el punto de referencia para organizar la vida social y política. Todo ello “por el efecto adormecedor de una manera de vivir dominada por el materialismo, el hedonismo y el egoísmo”. Y cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay sitio para los demás, ya no se escucha a los pobres ni se deja espacio a Dios, como recuerda el papa Francisco.

La pérdida de Dios siempre se revuelve contra el hombre, produciendo una cultura injusta, una economía sin rostro ni objetivo humanos, la exclusión de grandes masas... Por eso “tenemos la sensación de que en estas condiciones, el cristianismo va para atrás”. Y en esta desertificación espiritual, “¿cuál es la actitud de los cristianos? ¿La resignación? ¿La moral de derrota que da todo por perdido? ¿La cobardía del disimulo de la fe? ¿El abandono paulatino de las prácticas religiosas? Éstas son las actitudes más visibles y llamativas, que harían suponer que el cristianismo en nuestro país tiene los días contados”.

Signos de esperanza

“Pero... ¿es eso todo? No. En los lugares más insospechados y sin aparente conexión, se da una serie de fenómenos que muestra una realidad muy diferente. Están surgiendo una serie de iniciativas y fuerzas renovadoras en el catolicismo español en torno a la nueva evangelización”, explicó.

La característica más sorprendente de este catolicismo renovador es la alegría, “que se experimenta como un regalo que fluye de tres experiencias de fe fundamentales”. A saber: el encuentro con la persona de Jesús, sentirse enviado por Él para comunicar su amor a otros, y la vivencia en una comunidad fraterna y misionera. “Estas tres experiencias están caracterizando y dando fuerza a todos los nuevos movimientos que están recreando el catolicismo español”.

Un cristianismo que, “pese a ser una minoría social, no se acobarda ni se encierra ni teme a la humanidad, sino que sale al encuentro de las personas, metiéndose en la vida cotidiana y comprometiéndose con sus problemas, sobre todo con los que están en las periferias de la fe o de la exclusión social, que son la mayoría de la humanidad”. Y en este clima el cristiano quiere anunciar el tesoro escondido, el núcleo fundamental de la buena nueva.

Una gran fuerza evangelizadora

Miguel Payá regresó a la cuestión inicial: ¿sirve la piedad popular para evangelizar al mundo de hoy? El ponente recordó varios hechos llamativos, como que “las Iglesias de España son las que conservan un patrimonio más rico de piedad popular, y las asociaciones de fieles que mantienen la piedad popular están creciendo en número y en efectivos. Pero hay que preguntarse: ¿sirve esta fuerza para colaborar en la construcción del objetivo fundamental de la Iglesia, o constituye una rémora?”.

Tras el Concilio Vaticano II en España “se puso en cuestión la validez actual de la religiosidad popular tradicional. A este ataque respondieron las Iglesias hispanoamericanas, herederas de nuestra religiosidad popular. Y los Papas enseñaron con toda claridad que la piedad popular, junto con las instituciones en las que se encarna y crece, es un componente esencial de la vida de la Iglesia y de su dinamismo misionero”.

Según el sacerdote valenciano, el papa Francisco ha recogido en la exhortación Evangelii gaudium (2013) el Magisterio de los papas posconciliares sobre este tema, con unos puntos muy claros: el agente principal de la religiosidad popular es el Espíritu Santo (que es el alma de la Iglesia), la fe debe encarnarse en el genio de cada pueblo, la piedad popular es una manifestación propia de la cultura de los sencillos, es una realidad esencialmente misionera y un lugar teológico al que prestar atención para diseñar la nueva evangelización. “Estas afirmaciones del Papa obligan a replantear muchas cosas que se habían dicho sobre este tema”, señaló Payá.

En cuanto a las realidades englobadas por el término “religiosidad popular”, el ponente habló de éstas: la celebración de los misterios de la pasión gloriosa de Cristo, la piedad mariana, la devoción a los santos, la celebración de los ciclos vitales, el culto a los difuntos, las fiestas, las procesiones, las peregrinaciones y romerías, y las prácticas devocionales y oracionales.

Peligros que acechan

Miguel Payá reiteró con otras palabras, la pregunta fundamental sobre las manifestaciones de la religiosidad popular: “¿pueden ser un elemento dinamizador, un cauce de formación cristiana y transmisión de valores cristianos, o son reliquias del pasado?”. Y llamó a “reconocer los grandes peligros que acechan: la descristianización de las personas y del ambiente social, la reducción a un fenómeno cultural o sociológico sin una vivencia profunda de la fe, o a simple folklore, y también el fuerte intento paganizador actual y el desprecio de las minorías cristianas”.

Y su defensa eclesial de la piedad popular fue clara, una vez más, ante estos peligros ciertos: “no puede haber una evangelización seria del mundo actual sin tener en cuenta la forma de cristianismo más extendida y aún hoy con mayor poder de convocatoria. Tenemos que apoyarla, ayudarla a crecer y purificarse”.

Una mirada positiva

A la hora de pensar y actuar, Miguel Payá recordó los criterios fundamentales que ya dio Pablo VI en la exhortación Evangelii nuntiandi (1975), y que el papa Francisco repite. Por este orden: hay que amar la religiosidad popular, viéndola desde dentro; valorar sus dimensiones y contenidos; y purificarla de sus posibles desviaciones (que derive en magia, en superstición, en fiesta puramente exterior...).

Por último, el ponente enunció algunas líneas principales necesarias para potenciar la religiosidad popular: formar en los contenidos de la fe cristiana (una catequesis de adultos bien dada, como hacen muy bien las hermandades andaluzas), educar para la liturgia y para la oración, ayudar a personalizar la fe como relación con Jesús, cultivar la dimensión comunitaria y eclesial en clave de unidad y acercamiento mutuo, y promover las grandes actitudes del Evangelio (el valor de la cruz, el amor a los pobres...).