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Opinión

Ilusión

22 enero, 2018 13:56

El otro día, por Facebook, pude disfrutar de la intervención de Dania en un programa de televisión. Se trata de una joven maga venezolana que nos enseñaba que tenemos un país fantástico, con una cultura, una gente y una forma de vivir que permite tener un futuro, o la ilusión de tenerlo, y pedía, al final de su intervención, paciencia para que todas las cosas se ordenasen y tuviese sentido la vida. Una muy bonita reflexión en la que siempre he creído, pues siempre he pensado que con esfuerzo, trabajo y poniendo sentimiento a todo lo que haces, por más que algunos te consideren imbécil, al final, todo se ordenará y, si yo no tendré un futuro mejor, todo ese esfuerzo, esos pequeños granitos de arena que, con mis actuaciones, he ido colocando en el camino, servirán para que mis hijos, mis próximos, sí puedan disfrutar de esa ordenación que les permita comprender que el esfuerzo mereció la pena.

Vivimos un momento en el que las tecnologías se implementan de forma muy sólida en todo nuestro modo de vida, se nos vende que es para mejorar nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestras…., pero no es verdad, sirven para controlarnos, para dirigirnos, para someternos a unos poderes que no hemos elegido y que te obligan a pagar con plástico y te cobran por ello, te exigen introducir tus datos médicos en una nube, pero te los niegan cuando los precisas, te imponen la relación con los órganos administrativos, judiciales, o de servicios públicos, por vías telemáticas y se olvidan de que existen, tras esos datos, personas que sufren, que lloran y que necesitan explicar su problema a otro ser humano.

Ambicionamos que nuestros hijos sean felices con sus amigos, pero sólo los tienen por las redes sociales y para tenerlos tienen que acumular “likes”, para lo que hacen todo tipo de estupideces que les llevan a perder la dignidad, a fotografiarse de formas peligrosas, de parecer modelos cuando son niños o niñas, de aparentar madurez cuando ni los maduros saben qué es eso.

Nos empeñamos en generar diferentes titulaciones, formaciones y desarrollos de negocio, pero nos falta formación intelectual, conocimientos de cultura general básica, nos engordamos con títulos y títulos que no siempre conceden o transmiten conocimientos y, sobre todo, no suelen facilitar un conocimiento de la vida.

Queremos competir y enseñamos a nuestros hijos a luchar sin comprender y mucho menos inculcar a los que precedemos que el aspirar a la excelencia personal no puede hacerse a costa de los demás, que si triunfan los otros es porque es posible y yo también podré, que si fracasan los demás, puede deberse a que el camino que recorren no es el correcto y debo de buscar el resultado por otras sendas, que si yo las encuentro debo facilitarle al que me sigue que la pueda recorrer, que competir es correr juntos y no ponerle piedras en el camino al que lo hace a mi lado.

Aspiramos a un mundo mejor y nos empeñamos en inculcar odio, en marcar diferencias, en utilizar la demagogia y la mentira para sostener nuestras estructuras; nos empeñamos en autonomías que se han demostrado repletas de corrupción e ineficaces, amén de generar diferencias a los ciudadanos; en plantear luchas entre lo público y lo privado, en lugar de desarrollar ambos de forma diferenciada sin interconexiones generadoras de situaciones corruptas;  nos empeñamos en no buscar soluciones a los problemas, sino en tapar nuestras incompetencias; en exigir responsabilidades, en lugar de buscar resoluciones; en mofarnos o burlarnos del que consideramos errado en lugar de respetar el trabajo de todos, pues no conocemos los motivos de su actuación; en pensar que todo el mundo es malo hasta que demuestra lo contrario, en lugar de aceptar que todos podemos ser buenos y que cometemos errores.

Tenemos que ser conscientes de que las cosas, en general, el trabajo, la política, las relaciones en particular, pueden desarrollarse de otro modo y que ese otro modo es posible con el esfuerzo y el trabajo de todos.

Me dirás que soy un iluso y un utópico, pero sin la ilusión y la utopía no se mueve nada, pues en la historia, sólo con eso, se han movido los pueblos, las naciones, el mundo.