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Región

Barrio Blanco, el pueblo dentro de Salamanca siempre ‘nevado’

21 enero, 2018 08:56

En un mundo tan célere y alocado como el actual apenas sobreviven los recuerdos que van más allá de un lustro. Ésa es la barrera que marca la pervivencia de la información en internet, pero hay otra mucho más valiosa que aún se atesora en álbumes de fotos escondidos en recónditos cajones, esos que ya apenas casi se ven en familia, y sobre todo, una información guardada a fuego en la memoria de quienes vivieron cada momento. NOTICIASCYL ha iniciado una serie dominical que repasará la evolución de los barrios de Salamanca a través de los recuerdos de niñez de sus habitantes.

Tras un primer capítulo dedicado al barrio del Oeste, turno para el barrio Blanco, una zona con casi un siglo de historia que debe su nombre a las casas de planta baja y del color de la nieve que lo formaban en su origen. De ahí que incluso se dijera que esta zona de la ciudad siempre estaba ‘nevada’. Viviendas levantadas por sus propios vecinos, en algunos casos no de forma muy legal, “había gente que construía de noche para que no les pillaran”, recuerdan cuatro mujeres que han sido testigos de la evolución del barrio desde hace ocho décadas: Ramona Martín, Modesta García, Regina Moreiro y Erika Martín.

Construcción del depósito de agua

Viviendas que en los primeros años carecían de agua corriente. De hecho, se cogía de los pozos, el más famoso el de la Señora Anita, que cobraba por ello. Luego llegó la construcción del depósito de aguas y los grifos en la carretera de Ledesma, donde se iba con carros para coger bidones y bidones repletos de agua. También estaba el Regato del Anís, porque el actual nombre de la calle se debe a la existencia de ese arroyo, hoy en día canalizado bajo el asfalto. Eso sí, no era agua apta para el consumo, de hecho el nombre se debe a su mal olor, porque por allí bajaban los aliviaderos de los vecinos de Pizarrales.

Las tuberías para el agua corriente las construyeron también los propios vecinos cuando terminaban de sus trabajos o durante los fines de semana. “Se sorteaban los terrenos donde cada uno tenía que cavar y hasta el que luego fue alcalde, Jesús Málaga, venía a ayudar cuando era estudiante”. Hoy día los problemas son otros con el agua, los reventones de tuberías, siendo necesaria una amplia renovación de la red.

Regato del Anís sin asfaltar

Hoy en día, muchas de estas casas de planta baja han dejado paso a alto edificios modernos, con los que “se perdió parte de la identidad del barrio”, aunque todavía quedan los inmuebles hasta con muros de adobe, donde “te puedes sentar en el borde de la ventana como en un sofá”. Y cabe destacar la construcción de la avenida de Salamanca, que delimita el barrio y lo separa de Vidal. Hasta entonces eran tierras donde sólo había una rodera para pasar, donde se instalaba el circo y las atracciones de ferias que ahora cada mes de septiembre están en La Aldehuela.

El hecho de que el barrio Blanco esté construido sobre un montículo propicia que haya grandes cuestas. De hecho, la calle Don Quijote es la que mayor pendiente tiene de toda Salamanca, pero eso es ahora un problema para los vecinos, muchos en edad avanzada, que precisan de rampas, como por ejemplo la construida en la calle Toneleros, y también de nuevas baldosas, que no sean tan deslizantes cuando llueve.

Ambiente de confraternidad

“Tenías la sensación de vivir como en un pueblo dentro de Salamanca”, afirma Regina Moreiro, que hace tres décadas decidió dejar el barrio Garrido para instalarse en el barrio Blanco. Y es que el ambiente de esta zona era de confraternidad entre todos los vecinos, con los niños jugando por las calles, por el Regato del Anís o la Charca de Capuchinos (también rivalizando, pues había dos bandos, los de arriba y los de abajo, citándose en las denominadas ‘tierras del pastor’), y los padres y abuelos sentados a la puerta hasta altas horas de la madrugada en interminables conversaciones.

“En mi casa jamás se cerró la puerta”, recuerda Ramona Martín, quien a sus 81 años recuerda cómo se sentaban al fresco todos los días. “Mi madre sólo tenía una cortina”, añade Erika Martín, de 37 años, criada en el barrio. Y recuerda que era también el barrio de los gatos, “había por todos los lados, te entraban por la ventana y te comían la cena si te despistabas”. “Uno se llevó un filete con tenedor y todo”, apostilla Modesta García.

Por su parte, la vida comercial se realizaba en torno a la tienda de la señora Miñambres. Poco a poco fueron abriendo nuevos comercios hasta ser hoy día un barrio como otro, donde hay todo tipo de negocios y productos.

Un barrio con un movimiento vecinal canalizado a través de la asociación Canto Blanco, con más de un cuarto de siglo de historia. Agrupación que todavía se preocupa de realizar actividades entre sus habitantes, pese a las dificultades con una juventud que apenas se implica, y de ser reivindicativa. Recordadas son las protestas de comienzos de este siglo, con una movilización contra la expropiación de casas para la construcción de un parque que después se quedó a medias. Así es como no quiere quedar el barrio Blanco, que defiende su singular identidad e idiosincrasia para mantener vivo el espíritu de residir en un pueblo dentro de Salamanca.