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Portugal

Los 'Reyes' de Salsas son los caretos de acá y de allá

7 enero, 2018 17:36

Salsas, una bonita freguesía del Concejo de Bragança, vive su particular fiesta de Reyes. Es el tradicional desfile de mascarados de las tierras transmontanas, pero también de las vecinas de Zamora -como fue el caso de La Visparra de Vigo de Sanabria, porque las demás zamoranas comprometidas no pudieron desplazarse por eso del temporal de nieve.

Con el viajero llegan desde Mogadouro, compartiendo transporte, los velhos de Bruçó y Vale de Porco y el Chocalheiro de Bemposta que despunta como la perfección de la máscara y El Farandulo de Tó -un grupo, con el que viajaba la vereadora de Cultura y Turismo, Gina Gomes, -auténtica dinamizadora cultural y de cultura tradicional- sobre el que volveremos después por su impronta festiva- y siempre el trabajo de Nuria Borges con su gente. Pero también los Caretos de Lazarim -qué gran alegría saludar a ese grupo de amigos en el tiempo pasado- y los de Grijó de Parada -alegría y 'bota vinho' que no falte de la mano de siempre espectacular y animoso Cristovão-, y Ousilhão y los Mascarados de Santulhão y los de Parada y los de Pinela y la Visparra de Vigo de Sanabria. Y también Gaiteros de Bemposta, Gaiteiros y Tocadores da Lombada y Grupo de Bombos das Arcas y este año Concertinas Brigantinas con sus ritmos tradicionales.

O Día de Reis em Salsas

El trajín de coches y autobuses rompe el silencio melancólico de una fría tarde de enero, en la que fue un placer el encuentro, tras un tiempo en la distancia profesional, de Manuel Ballés, siempre un espíritu de bonanza -sereno y tranquilo-. Es la celebración de O Dia de Reis en Salsas. Esta celebración, de origen pagano, transcurre desde el inicio de enero hasta el día de Reyes. La tradición de antaño –porque ahora se ha hecho más popular centrada en el desfile, este año de participación vecinal alejada de los tumultos extraños, donde los habitantes de Salsas se convirtieron en protagonistas de la fiesta- llevaba a vestir a los caretos para, por la noche, visitar a las rapazas en sus casas para jugar con ellas. Como las mozas eran conscientes de ello, bien pechaban la casa, bien marchaban a cobijarse en la casa de otro vecino que no tenía hijas, donde no irían los caretos. Hogaño, los mascarados también visitan las casas, pero solo para asustar a los niños o jugar con las personas. Si entonces ese ‘juego’ no gustaba a las mozas, ahora lo llevan mejor, la sociedad está más abierta y, como dicen, “era tradição, era hábito, que se había de fazer, a gente bem se escondia, mas não adiantava”.

Ya en la fecha de Reyes, los caretos salían expresamente para realizar el petitorio y recogida de las dádivas o esmolas (piezas de fumeiro y productos autóctonos) para después entregarlos a los mayordomos/mordomos que hacían los remates por las noches. Con el dinero conseguido en las pujas se pagaban las misas por las almas de las personas de la aldea. Un ritual que, por suerte, y gracias a Filipe Caldas -verdadero benefactor de que esta fiesta continúe en el tiempo-, este año ha vuelto a celebrarse en el 'convivio' nocturno donde, a su vez, se hizo entrega de un recuerdo a los grupos participantes.

Antes de entrar de lleno en el recocijo festivo –más que tradicional- de la tarde sábado con el desfile/encuentro de mascarados ibéricos, el viajero se interesa por el porte de los caretos de Salsas que, a su entender, salvo el material de construcción de la máscara, es casi idéntico –por no decir, igual- al que portan los mascarados de Grijó e incluso de Parada. Veamos, según las explicaciones de Filipe Caldas.

El mascarado de Salsas

Tomando en consideración la teoría general de todo careto, que se presenta como una figura sobrenatural, que precisa de quitarse la careta para ser reconocida –algo que se debería tener más presente en los desfiles-, toda la vestimenta viene revestida de un áurea mística y mítica que se respeta y acepta por toda la comunidad. Más importante, no se venera como a un dios o al diablo si fuera preciso, sino que se halaga con una pinta, dinero o fumeiro.

Los mozos visten sus vestidos rojizos, con franjas de colores. Los trajes están confeccionados con mantas ajadas, tejidas en los viejos telares de la aldea. Las tiras también estás cosidas en telares siendo los colores más utilizados el rojo, el castaño y el amarillo tostado. Colores propios del invierno. Estos trajes van cubiertos por collares, cruzados en el pecho y un montón de cencerros en la cintura que tintinean en cada movimiento del careto. Un largo palo le sirve de apoyo en las carreras y en los saltos. Es una máscara de madera o de corcho que tapa la cara, pintada de rojo, castaño o negro. Tiene siempre otras decoraciones, como una lengua fuera, enorme y roja. Dientes también, feos y cuernos de animales, pintados o al natural, salidos de un mechón de pelos bien negros.

Con todo este porte y esta tradición, los caretos salían por las calles cuando llegaba la noche asustando a los vecinos y éstos, para evitar la persecución, le ofrecían algo de su fumeiro… Este miedo natural de los niños y el aire siniestro de los caretos son aprovechados –no sabemos si áun- para imponer respeto a los críos al grito: “¡Olha o Careto!”. Recuerda el viajero los años de niñez con el ‘hombre del saco’ o ‘El Sacamantecas’… es decir, Juan Díaz de Garayo Ruiz de Argandoña, asesino en serie que nació y vivió en Álava (España) en el siglo XIX cuya historia servía para asustar y ‘domar’ la rebeldía infantil.

Desfile animoso y animado

La aldea de Salsa se llena de sonidos de 'chocalhos' -cencerros- y campanillas y esquilas y también de gaitas, bombos, cajas, acordeones y panderetas. El bullicio se hace aún más ruidoso con el sonido de las bombas que atruenan en el cielo. Llegan unos grupos y otros. Todo se mezcla, unos para saludar a los amigos, otros para una pose y los demás porque no saben qué hacer en este tiempo de espera. El careto gigante que preside la marcha, confeccionado con cartón, se congratula del desconcierto de semejante marabunta. La pira puede esperar.

Aquí no hay tiempos cíclicos de celebraciones, ni tampoco simbologías ni rituales que podrían definir esta celebración. No es más que una fiesta de caretos. El tiempo de las celebraciones quedó para la fecha anterior… Ruido, mucho ruido con los Caretos de Grijó –dicen que si la Bota Vinho-, también juegan, divierten y asustan los llegados de Lazarim (Lamego), con sus máscaras terroríficas de madera que semejan demonios de mil caras y cuernos imposibles. Como juegan, asustan e interactúan con los vecinos todos los demás.

De un lado a otro, el viajero llega hasta la magnífica mascarada de Visparros de Vigo de Sanabria, con los demonios -como los visparros- y los animales -el toro o la talanqueira- y qué acometidas, ay. Y así algunos más en un encuentro que abre, no es para menos, el grupo de Salsaso vino e o caralho-. Gaiteiros y Tocadores da Lombada y Grupo de Bombos das Arcas dan animación al concurrido y largo desfile por calles empedradas y otras sin empedrar, por ruas urbanas y por caminos rurales… Es el círculo que abre el Ano Velho y cierra, con la llegada de todo el séquito, el Ano Novo con la quema del gigante y con fuegos artificiales, a decir del ‘alcalde Amable, pólvora, pólvora’,  –en Portugal no es para menos-, o no es así Templario de la Faya?. Y cómo no, concierto/baile con las Concertinas Brigantinas y la ronda de los caretos por las casas, para no perder la costumbre.

Fiesta, mucha fiesta

De por medio fiesta, mucha fiesta. Fiesta con la bota de vino de Grijó, y también con los sustos de los caretos y también los llegados de Sanabria, del pueblo que llaman Vigo con sus talanqueiras –que semejan una vaca- y los visparros, y también los ciegos que lanzan harina, y la Filandorra –esa moza guapa y rica que va con la rueca y la lana-. Y el toro que no embiste pero mete miedo. En todo este brebaje de máscaras e identidades, de pueblos y costumbres, ritos y contaminaciones odiosas, el viajero no tiene más remedio que sortear las embestidas de una talanqueira.

Como anécdota especial, ese grupo de mascarados de Mogadouro. Muy bueno el de Bruçó,Os Velhos, con animación, risas e interacción perfecta, además de su colorido especial en los portes y, cómo no, la primera experiencia del joven Duarte Afonso, de 16 años, que cumplió como un verdadero experto en su papel de A Velha acompañado de un grupo de jóvenes especiales, en el trato y en la fiesta. La tradición, amigo presidente de la Freguesía, está bien salvada. Y El Farandulo de Tó, roza la perfección en cuanto al careto único, Filipe Rodrigues acompañado siempre del fiel Cristóbal. Y claro, el Chocalheiro de la paterna Bemposta, que luce la grandeza de lo auténtico y también de lo demoníaco y de lo que llaman ancestral.

Es enero y hace frío cuando el sol se esconde por las sierras transmontanas, el viajero no sabe por cuál de ellas, porque todo es un continuo subir y bajar, porque lo mismo que se baja se sube, sea en Montesinhos, Nogueira o Bornes. Una mujer asoma el gaznate en la balconada donde luce la ropa tendida y el color añil que distingue. La tenue sombra de la tarde hiela morosamente el rocío del monte y blanquea los hilos de las telas de araña tendidas sobre los tojos de los predios de Salsas. El pastor ha hecho una hoguera. Y el humo de las retamas mojadas sube lento, laso y voluptuoso hacia el cielo. Abrigadas en su lana, plácidas, las ovejas pastan ajenas a todo la algarabía que sortea la aldea. El perro pastor, echado junto al rescoldo, dormita. Una paz serena lo cubre todo. Ya no hay coches ni cámaras ni tampoco gentes llegadas de allá lejos.

El viajero sale del pueblo oliendo humo de retama… En el silencio de Salsas, propio de un sábado por la noche y más cuando tocan Reyes, aún se percibe el eco de la voz del careto Cristóvão de Grijó, ¡Beve vinho, caralho!… En el camino a Mogadouro -con el sonido de bombos, gaitas y cajas de los gaiteros de Bemposta, y la voz del careto velho de Bruçó, que animaban el viaje en el autocarro de la Câmara– esperaban mares de niebla que inundan los valles y que hacen del paisaje transmontano el paraíso soñado, o quién sabe, si el espíritu del maestro Torga que sube y baja también por los toboganes de algodón de este/su ‘Reino Maravilhoso’. Cachis.

FOTOS LUIS FALCAO