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Opinión

Servicios asociales, amorales e inútiles

23 junio, 2019 12:23

La vieja, fue una mujer de armas tomar, seria, con genio, egoísta, cabezota e indómita que no permitía que nadie dirigiese su vida, mientras ella tomaba las riendas de la de los demás, exigiendo lo que a ella le parecía conveniente, sin tener en cuenta el daño que pudiera hacer.

Una gran gallina que deseaba tener a sus vástagos bajo el ala, para lo que no miraba el daño o sufrimiento que pudiera generar en el que ella consideraba seguro, con tal de amarrar al díscolo o a la cabra que tiraba al monte, era su prioridad y lo hacía con  fuerza y rigor; eso sí, siempre era ella la que marcaba el criterio, el modo, la manera e incluso el tiempo en que se debían de cumplir sus exigencias.

Nono fue una persona fácil, pero no se puede dejar de reconocer su enorme corazón, su valía y la recia forma de querer, a su manera, a todos los que se le acercaban, con cercanía, predisposición y buen hacer. Hiper familiar, considerando a esta sólo a la suya, la de los demás no tenía valor, aunque no la dejaba en la estacada y, así se portó, con cariño, con la de su esposo, pero nunca la consideró de su círculo.

Pasó por el mundo como alguien afable, serio, riguroso y muy vanidoso y cabezota; pero, la vieja ya está mayor y molesta, está pesada con sus repeticiones, no puede quedarse sola, está débil, y los hijos, aquellos en los que ella había puesto sus ojos, deciden llevarla a una residencia, donde ella no quiere ir.

Podría haber sido una mujer más fácil, menos recia y más moldeable, la clave está en que, llegado el momento, cuando comienza a ser molesta, sus hijos no recuerdan quién pasó las noches sin dormir o sin salir porque estaban ellos, olvidaron quién les limpió el culete cuando se manchaban, quién estaba a su lado en los malos momentos, quién soportaba sus llantos o malos modos o simplemente sus palizas con la música o con cualquier otra cosa, quién le atusaba el pelo cuando se encontraban enfermos o hacía de red cuando ellos lo precisaban y, sin recordar nada de esto, para poder hacer uso de su casa a su antojo, para disfrutar de su tranquilidad y sosiego, la encierran en una residencia, que por supuesto paga ella, y a la que ella no desea ir.

Es cierto que, poco a poco, va perdiendo la cabeza y ellos se tranquilizan con peor hubiera sido en casa, o no, con el no podía estar sola, o podías haber buscado a alguien que estuviese con ella cuando tú no estabas, con el ahí está mejor, o mejor dicho, estando ahí yo estoy mejor.

Estamos haciendo una sociedad que se preocupa por la violencia de género, pero alienta, canaliza y oculta la violencia a los mayores, llegando incluso a promover la eutanasia, que no es lo mismo que una muerte digna o la ausencia de encarnizamiento terapéutico. Vivimos una sociedad en la que los niños sólo son queridos si no me molestan o si me viene bien que vengan y los mayores son amados cuando me dan y no incordian o incomodan.

Los servicios sociales no son gastar dinero, no son crear “aparcaviejos”, “aparcaniños” o sistemas de eliminación, ni son aplacar el sentimiento dando fondos a asociaciones, sin control, que se lucran con el dolor o la desgracia humana o que cubren la obligación social con la grandeza humana de sus componentes.

A ver cuándo nuestros políticos aprenden que, los servicios sociales, son educación social, respeto social, coherencia social, asunción de obligaciones y ayuda al que lo necesita de verdad y que la familia es un núcleo que hay que garantizar, apoyar, fortalecer y educar en valores sociales que impidan situaciones crueles e indeseables.    Cuidemos de la familia, en lugar de atacarla y fortalezcamos los vínculos que en ella se establecen para fortalecer el futuro.