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Lunes de Aguas en Salamanca: sol, hornazo y más cosas

30 abril, 2019 14:48

Salamanca vive su propio lunes este 29 de abril, no es un lunes cualquiera. En el calendario festivo, irónico, picaresco e histórico -de todo un poco como la propia mezcolanza de la sociedad salmantina- es el Lunes de Aguas. Es la tarde dedicada a la familia, a los amigos, al campo, a la gastronomía local y, desde que el ‘botellón’ se hizo dueño de la calle, también de la borrachera y la ‘suciedad’.

Pero el viajero, atónito por casi un ‘botellón permitido’, se queda con la tradición. Con los orígenes de esta fiesta que pertenecen a una historia de privación y desenfreno al mismo tiempo, de obediencia piadosa y derroche lujurioso. Una fiesta pagana cuyas raíces se encuentran en el siglo XVI, para convertirse, desde entonces, en esta fiesta exclusiva y única en toda la geografía patria y que, de paso, le sirve de promoción –dicen desde el Consistorio- a la ciudad de Salamanca. Aunque, a decir de algunos o algunas, todo lo cambió el devenir de la historia hasta llegar a nuestros días. Pero como el viajero, en estos asuntos, deja para los ‘rigurosos’ la temática de discusión dialéctica en el ser o no ser… se queda con la historia que recuerda el vulgo.

Una historia de privación, desenfreno y lujuria… acércate al río

El 12 de noviembre de 1543 hace su entrada solemne en la ciudad de Salamanca un joven Felipe II, de dieciséis años de edad, en medio de una gran expectación popular. El príncipe va a desposarse en la ciudad del Tormes con la princesa María de Portugal. En los días sucesivos, durante los cuales se celebraron los esponsales, Felipe tiene tiempo más que suficiente para contemplar con asombro el verdadero rostro de Salamanca de aquella España de la Reforma más ultra católica y, de paso, del Siglo de Oro de las letras hispanas. Él aunque joven, es una persona severa y grave, que demuestra ya su carácter sobrio, religioso y poco dado a los placeres banales.

Las bodas tuvieron lugar en las casas del licenciado Lugo, frente a Santo Tomé -actual Plaza de Los Bandos-, y las velaciones al amanecer del día 14. Hasta el día 19, en que marcharon los recién casados hacia Valladolid, se sucedieron en Salamanca saraos, festejos, corridas de toros, juegos de cañas, justas y torneos entre los dos bandos tradicionales de la ciudad, juergas, bailes y otras chanzas, de manera ininterrumpida.

Felipe queda asombrado de cómo esta sobria, cuna del saber y señorial capital castellana funde en su interior el templo del saber, la luminaria del cristianismo europeo, el dogma y la palabra y al mismo tiempo, y sin conflicto, el culmen de la bacanal, el ocio y la diversión sin límites ni miramientos. Salamanca en aquellos años encierra en su seno a más de ocho mil estudiantes (sirva como dato esclarecedor que Madrid tenía once mil habitantes en el primer tercio de siglo XVI), entre los cuales hay becados, sopistas y señoritos de postín, que mueven a su alrededor un complejo mundo plagado de criados, mozos de cuadra, taberneros, prostitutas para todos los bolsillos y dones, curas corruptos, catedráticos rectos y catedráticos visionarios y ocultistas, rameras con más bachillerías que los propios estudiantes, lavanderas, amas de llaves, buhoneros y feriantes. Es la ciudad pura del Lazarillo de Tormes y La Celestina.

De tal modo que Salamanca es la primera de las universidades “destos reynos”, la más rancia y antigua, y al mismo tiempo es el mayor burdel de Europa, la Sodoma y Gomorra Occidental. Una de las tres lumbreras del mundo, y uno de los tres putiferios del orbe conocido. A la par que Escuelas Mayores y Menores, patios de lectura y bibliotecas, coexisten tabernas insanas y lujuriosas, casas de amancebamiento de toda índole, y toda suerte de atentados contra el sexto y todos los demás mandamientos inventados y por inventar. Pícaros, incluseros, ‘lazarillos’ avispados, ciegos resabiados, celestinas y alcahuetas poblaban los arrabales de la ciudad.

Felipe II dentro de su rectitud cuasi monacal queda perplejo con tamaño espectáculo y lo primero que hace es promulgar un edicto en el cual ordena que durante los días de Cuaresma y Pasión la prohibición de comer carne se haga extensible en todos los sentidos, y para evitar conductas que conlleven pecado carnal, obliga a que las mujeres “de vida alegre” sean expulsadas de la ciudad y conducidas extramuros –es decir al otro lado del río-. A partir de este edicto, las prostitutas de Salamanca abandonaban la ciudad antes de comenzar la Cuaresma y el tiempo de abstinencia, y desaparecían de ella de manera temporal, recogiéndose en algún lugar al otro lado de rio Tormes, en los arrabales y en Tejares durante el citado periodo cuaresmal, poniendo además como condición que ninguna sea osada de acercarse a menos de una legua de los límites de la ciudad so pena de sufrir gran castigo.

Pasada la Semana Santa y con ella el periodo establecido, las rameras regresaban a Salamanca el lunes siguiente al Lunes de Pascua, para lo cual los estudiantes organizaban una grandísima fiesta, las calles de Salamanca se trocaban en torrentes de vino tinto, y salían a recibirlas a la ribera del Tormes con gran júbilo, estrépito y alboroto. Ellos mismos se encargaban de cruzarlas en barca de una orilla a otra del río, y en medio de una gran algarabía llegaba el descontrol, el éxtasis etílico, el desenfreno y la carnalidad, acometiendo allí mismo lo que sus instintos reprimidos durante un mes y medio les pedían en ese momento.

El padre Lucas o padre ‘Putas’ o vete a saber tú qué

De conducir a las meretrices y pupilas tanto a su exilio temporal como a su aclamado regreso se encargaba un pintoresco personaje. Un sacerdote picarón llamado Padre Lucas, y que por degeneración del término, era conocido por los estudiantes por el nombre de ‘Padre Putas’. El cual se encargaba de concertar el momento del advenimiento carnal de estudiantes y doctoras de la cátedra del placer.

La fiesta del Lunes de Aguas debió de ser prohibida, pero sin embargo, ha permanecido en el calendario festivo salmantino con otras connotaciones no tan desenfadadas. La memoria colectiva del pueblo ha ido conservando tal fecha, como un poso o un remanente de aquella en que afloraba el fervor pagano. En la actualidad, el Lunes de Aguas se celebra en familia o en compañía de las amistades, que se reunen para ir a merendar al campo o pasar una jornada campestre, con un clima de ociosidad, esparcimiento y diversión. Y que hasta hace no mucho, servía también como desahogo de los estrictos ritos de la Semana Santa, época de recogimiento y hastío.

Hay otra versión que dice que ya antes de esa orden de Felipe II ya se hacían hornazos y que era costumbre regalar uno al predicador que había dirigido los oficios religiosos durante la Semana Santa. Incluso, hay quien opina que este pan es una consecuencia de la absolución de los pecados y que se elabora purificando el alma (la masa panaria), sobre la que se colocan los pecados (huevos, lomo, chorizo, jamón) antes de introducirla en el horno.

El hornazo

Es costumbre durante este día degustar el hornazo, una empanada hecha a base de chorizo, lomo, panceta…, y en ocasiones también huevo duro. Alimento que amasan y cuecen en las tahonas las mujeres en los días precedentes a tal fecha, sobre todo en el medio rural, aunque también se ha industrializado su elaboración en cierta medida, y es posible adquirirlo en cualquier establecimiento dedicado a la pastelería.

Al ocaso me acercaré a la ribera del Tormes, donde dicen que anduvo a la vera del río el Lazarillo y el ciego. Que me esperen, que llevo cargado el morral con hornazo y pinta de vino. Cortesanas, meretrices, rameras, pilinguis, prostitutas y barraganas, las de débito carnal y lujuria de vellón, esperen a que llegue el jubiloso Lunes de Aguas –con su permiso Padre Putas, perdón, Lucas-.

https://www.noticiascyl.com/salamanca/local-salamanca/2018/04/09/origen-de-la-tradicion-del-padre-putas/