Opinión

Vamos mal

9 enero, 2020 21:33

A los de nuestra edad cuando estudiábamos primaria nos encantaba oír hablar de las gestas de Gravina y Churruca, y nos apenaba que muchos hubieran muerto en Trafalgar. Con el paso de los años algunos, incluso por esa admiración que sentíamos con nuestros pocos años hacia esos personajes legendarios, nos interesamos por la historia como profesión, por esa profesión de escribir y contar hechos y sucesos ejemplares. Otros en definitiva por ser alguien de bien en su profesión o por ser militares protagonistas... Hoy se echa en falta ese sentimiento tanto en jóvenes como adultos.

Isócrates en el 350 ac afirmaba que la democracia se autodestruía porque se había abusado del derecho de igualdad y del derecho de libertad, porque se había enseñado al ciudadano a considerar la impertinencia como un derecho, el no respeto a las leyes como libertad, la imprudencia en las palabras como igualdad y la anarquía como felicidad...

Sabido es que la historia la hacen los historiadores. Pero qué hazañas podrá hacer de una sociedad que está tan desorientada y qué podrán contar los historiadores. Vivimos en una sociedad en la que  todo está bien y está mal según el interés. Se palpa viendo lo que ocurre a nuestro alrededor y en que se escribe mucha literatura sin el debido rigor. No importa el tema. No se aporta nada. El escribir de historia es muy serio. La mayoría tan sólo cuentan historietas pues no captan la vida interior de los personajes sino que extrapolan la vida mentalidad del siglo XXI en personajes de otras épocas. Lo mismo ocurre con las películas a las que nos han acostumbrado.

Hoy por hoy, el rigor histórico siempre es de poca entidad. Como en tantas profesiones en las que tan sólo cuentan los millones que cuesta el asunto o los que pueda producir. Sin rigor ni vergüenza en las profesiones se está destruyendo el pasado y el futuro de nuestra sociedad.

Lo fácil de escribir de un artículo, novela o película es conducir una historia a tu antojo, o bajo los parámetros de un guión o intereses determinados. Dirigiéndola en la dirección conveniente y haciendo que de esta manera se pueden enaltecer y aun celebrar derrotas calificándolas de honrosas, como punto final a un romanticismo inventado y en perpetuo recuerdo de algo que no se dio. Hacer historia es difícil cuando describir la cruda realidad todavía duele.

Muchos progresistas, pseudointelectuales, y flojeras de pantalón, influenciados por una pseudohistoria, creada por un compendio de errores transmitidos que se han perpetuado a lo largo del tiempo y han llegado a adquirir carta de naturaleza intentan sentar cátedra u opinar según van sus intereses. Nada peor que la historia al servicio de la política para arruinar un país. Los políticos hacen política realzando unos hechos y silenciando otros según les va por lo que acaban generando grandes desencuentros.

La gran dificultad que se crea al hacer rodar la pelota equivocada es poder discernir luego lo verdadero de lo falso, lo de unos y de los otros, para obtener la exacta y fidedigna realidad del pasado. Una vez elegidas y repetidas las mentiras adquieren tal fijeza, que se transmiten como inalterables, adquiriendo para muchos caracter dogmático. Malo es cuando se oye hablar a alguien de los demás tildándolos de “vosotros”.

En el caso de España y sobre todo en su historia reciente, predomina generalmente la falsedad y el error; evitando incluso buscar el motivo de la derrota o la victoria sin llegar a ahondar en sus posibles causas. La cuenta con la historia es otra muy distinta, y siempre suele estar en el debe. Para los españoles medianamente instruidos es difícil buscar el concepto político de las causas de los hechos históricos, donde estén condensadas las ideas y los objetivos de tal o cual situación, pues desde hace algunos siglos no hemos dejado de ser juguetes de los grandes intereses de otras naciones, de las intrigas políticas y las incapacidades de nuestros gobiernos, así como de ideas importadas que no tienen nada que ver con nuestra sentir como españoles.

A día de hoy podríamos afirmar desde la perspectiva de la historia profana sobre la actualidad, que si no sabemos o no podemos alcanzar ningún acuerdo o gobernanza nos sobraría razón para afirmar que seguimos igual de atrasados. Pero también sería bueno pensar que si hacemos a todas horas balance de nosotros mismos es porque queremos ser mejores. La autocrítica es una virtud aunque puede que fallemos a la hora de gestionarla. Somos un gran país y mejores de lo que pensamos aunque de momento vamos mal.