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Fiesta del 'Menino' de Vila Chã (Miranda do Douro), integridad del ritual

2 enero, 2020 15:39

Un frío de pelar. Una cencellada de las que congelan el aliento. Un campo blanco que embellece la mañana y la niebla envuelve en un tul de sosiego. El viajero deja atrás la noche de almas y la quema del año viejo en Miranda do Douro para, en la mañana del Día de Año Nuevo, desplazarse hasta la freguesía de Vila Chã de Braciosa donde recorre sus calles la ‘Bielha’ o Velha, el Bailador y la Bailadeira. El pueblo, un museo al aire libre de la historia arquitectónica y cultural de Trás-os-Montes y del Planalto Mirandés que será motivo de otro viaje, huele a frío, mucho frío, a humo y a ganado.

El viajero solo prentende mostrar, junto al amigo y eminente estudioso de las contumbres, ritos e identidades de las Terras de Miranda, Mario Correia, uno de los ritos que confieren el carácter de comunidad, donde la convivencia llega asida de la mano de las costumbres tomadas como propias por todos los vecinos, pequeños y mayores, mujeres y hombres, ricos y pobres… Propios y forasteros, también, en el respeto a la identidad y al rito como tal en su transcurrir que, por desgracia, muchas veces se ve alterado por elementos que no buscan comprender su identidad, sino la postal exótica para mostrar en la ciudad.

No sabe el viajero de ciencia cierta si en la noche de plenilunio había luna vieja o fue recibida la luna nueva. Sea como fuere, lo cierto es que desde tiempos precristianos –porque la religión de Cristo se apropió de todo aquello que le servía para penetrar en la sociedad de cada época-, los humanos recibían con fiesta la llegada de la luna nueva, que no era más que la mudanza de ciclo –pequeño- pero celebrado cuando aún no existía el calendario gregoriano, creado allá por 1582, con divisiones en días, meses y años. Sino los ciclos naturales con los solsticios y las fases lunares.

En esta situación de ciclos naturales se encuentra la Festa do Menino de Vila Chã de Braciosa, donde se festeja el fin de un año, representado por la vieja/Velha, y la llegada de otro nuevo, que no es más que la alegría transmutada en baile/danza del Bailador y la Bailadeira. Con ellos, la gaita de foles, el bombo y la caja que también recorren las calles del pueblo -buenos músicos los Gaiteiros de Paradela y Vila Chã-. Si antes ocupaba toda la mañana, según comentan los más ancianos, ahora se recorta por eso de que muchas casas se encuentran cerradas –emigraron sus dueños- o abandonadas porque sus moradores ya no están entre los vivos. Por eso, cuando la ronda llega a una casa donde uno de sus miembros ha muerto, se guarda silencio y la Velha reza un responso. Es la triste realidad de estos pueblos, como también de este lado de frontera, con una despoblación galopante y su desaparición –si las administraciones, que dudamos, no ponen coto de por medio-.

Suenan cohetes que espantan a unos burritos que pacen plácidos en un cercado. La figura de la Velha es singular. Porta sombrero viejo, roto y sucio adornado con racimos de flores viejas, la cara tiznada –que a decir del padre Antonio María Mourinho, se untaban en el fin de año, es decir, en el solsticio de invierno-, abrigo viejo marrón con franjas blancas, un collar de bogallas hasta el ombligo, con una cruz de corcho quemado que utiliza para tiznarse aún más; porta también un bastón con vejigas de cerdo infladas para ahuyentar a los niños –cuando había niños porque ahora, ni eso- con golpes muy ruidosos pero sin dolor -. Calzado viejo, andrajoso; alforjas al hombro para guardar los embutidos recibidos, una bota de vino y el indispensable bolso que antiguamente las mujeres y mozas usaban.

Luego está el Bailador, con sombrero y flores nuevas, las más vistosas y coloridas calzas, y alrededor de la cintura, muchos pañuelos grandes chillones a modo de una saya corta y en las manos unas castañuelas. Mientras que la Bailadeira lleva en la cabeza pañuelo de mujer y sombrero nuevo decorado, como el del bailador, blusa bordada en la que sobresalen pechos artificiales que ‘bien se deja tocar’, y por encima de los pantalones, unas enaguas, saya y un mandil, así como un bolso adornado con oro. Y en las manos dos conchas a modo de castañuelas.

Más allá de este rito, lo cierto es que las sociedades de antes ya asumían este papel transgresor en el contexto festivo que se realiza. Tanto la Velha como la Bailadeira son dos jóvenes enmascarados con tiznes en la cara y travestidos de mujer, y termina por asumir esta condición toda la comunidad ya que incluso en los ritos religiosos también aparecen –al contrario que otras mascaradas, que se apartan cuando llega el momento religioso-. Tal es así en Vila Chã de Braciosa que la Bailadeira –un joven travestido de mujer- acude a la misa de tarde, participa en la procesión interna del templo y besa al Menino… De tal suerte, es la manifestación más concreta de la victoria del rito social de la comunidad que, ni la misma Iglesia, ha sido capaz de prohibir. La aceptación de este acto es consentida de la forma más natural por todo el pueblo. Comenta un anciano al viajero que “sempre assim foi e é necesario que assim sea para uma entrada de ano novo boa para o campo”.

Ronda de petitorio

Ronda del petitorio

Con estos ingredientes se realiza la ronda del petitorio por toda la aldea. Es la llamada a cada puerta de una casa que esté habitada, de donde salen los vecinos con la dádiva en la mano –billetes- y también algún fumeiro –embutido típico de Portugal-. Otros sirven dulces y diversas clases de vino, desde el Porto hasta el de cosecha propia, y cómo no, el aguardiente de mil sabores. Es el baile/danza de los enmascarados cuando reciben la dádiva al ritmo de la gaita, la caja y el bombo. Dádivas que, ahora, van para la Iglesia y que el párroco recuerda la cantidad al finalizar la misa del Menino.

Comienzan a descender las tinieblas. La tarde del día 1 de enero es gélida y apremia el frío. Todo el grupo, Velha, Bailador y Bailadeira se encargan de prender la enorme pira que se ha montado a las puertas de la iglesia. Es la hoguera del Menino que cierra todo el ritual de la jornada. Es el fuego purificador que quema todo lo viejo para dar la bienvenida a lo nuevo.

Gracias a personas como César Martins, que este año cede el testigo de la Velha. Como también el exquisito trato del Bailador y la Bailadoira –los hermanos Fernandes. Gracias a personas como ellos y su disposición esta fiesta sigue viva en el amplio ritual festivo de invierno en Portugal. ¿Mañana…? El hombre propone y Dios dispone.

El viajero abandona Vilá Chã camino de Salamanca al encuentro del Tormes y el Lazarillo, de la picaresca y los pícaros… . Mientras avanza por la sinuosa carretera, aún suena en su recuerdo la voz de la Velha que pide limosna…

Dai esmola á pobre Velha, / Já não pode trabalhar, / Tem milhares de anos, / Dai esmola à pobre Velha, / Que é má de contentar.

Dai-lhe bons sapicões, / E chouriças para assar. / Dai-lhe também boa pinga, / Para ela se embebedar. / Aquele que não a der, / De seu pau não vai escapar.

A Velha agradecida, / Rezará uma oração, / Se por vós não for corrida, / A pontapé como um cão

REPORTAJE GRÁFICO LUIS FALCÃO